Balance de la Feria de Abril

Sevilla, la suma de bellas imperfecciones

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Antonio Ferrera.

Antonio Ferrera se impuso en los ruedos. Ahora también se ha impuesto en todos los Jurados, que le han declarado de forma unánime triunfador de la Feria de Sevilla. Después de rebuscar por la historia moderna, caso especial: el triunfador ha cortado una sola oreja en cuatro toros.

Redacción.-

     En uno de esos cuentos breves que José María Pemán escribía para ‘La Tercera’ de ABC (que nunca eran banalidades: detrás de su relato siempre había una idea y una intención), traía a colación la historia de una muchacha china, esmerada bordadora de mantos y vestidos. Pero quienes admiraban su trabajo siempre advertían que entre las múltiples flores que creaba con su aguja, al final había una inacabada. Cierto día le preguntaron cómo era posible que ocurriera así, cuando se trataba de un trabajo hecho con tanta minuciosidad. Con suma sencillez, la bordadora contestó: «Es que la perfección es sólo patrimonio de los dioses».

     A la memoria me venía este relato cuando trataba de estructurar un resumen de lo que ha sido la Feria de Sevilla, que ha tenido más importancia que la que se puede deducir de la simple estadística. Y es que, en efecto, el ciclo abrileño ha venido a ser una suma de momentos gloriosos, en los que siempre quedaba una flor a medio bordar para alcanzar la categoría de la plena perfección.

La casi perfección, según Ferrera

Antonio Ferrera.
Antonio Ferrera.

     Grandioso ha sido el paso por la Maestranza de Antonio Ferrera. Con dos corridas radicalmente diferentes dio la dimensión de un torero de mucha importancia; no resultaría exagerado afirmar que se ha convertido en el torero refulgente de la nueva temporada; al menos, para los aficionados. Sin rodeos: ha protagonizado los momentos más inolvidables de toda la Feria. Con la Victorino y con la El Pilar. Un caso caso único: sale de la Maestranza como triunfador indiscutible de esta Feria habiendo cortado tan sólo una oreja. Difícil resulta encontrar un antecedente a este caso. Como no puede ser fácil que se le haya distinguido hasta con siete premios diferentes, entre los que andaban en juego. Todo un record.

Antonio Ferrera.
Antonio Ferrera.

     Si traspasó los linderos de la épica y de la torería al plantar cara a los dos ‘victorinos’ que le correspondieron, que lo de aquel cuarto es muy difícil de contar por la intensidad que tuvo, con la corrida de El Pilar se reencarnó en un toreo de maneras verdaderamente sublimes, en una armoniosa unidad de arte, de improvisación y de autenticidad. Vino a ser como el compendio de lo que un buen aficionado sueña ver uno día en los ruedos.

     Pero como si no quisiera traspasar esa frontera inalcanzable de la plena perfección, también Ferrera dejó en cada una de sus grandes obras  una flor a medio bordar. En su caso fue la espada, no por la forma de ejecutar la suerte, que siempre lo hizo con verdad, sino en la falta de acierto por una razón o por otra en el momento de enterrar la espada en el morrillo de su enemigo.

Ninguna corrida completa, pero grandes toros 

     Parece como si también los ganaderos se hubieran apuntado a la tesis de la chinita del cuento de Pemán: ninguna corrida ha sido lo que se dice ‘completa’, pero qué grandes toros han pisado el ruedo de la Maestranza. Las hubo, sí, con varios toros de nota, como Jandilla o El Pilar;  pero arrolladoramente brava -casi un imposible hoy día- no hubo ninguna; esa bolita tan especial cuesta mucho trabajo que salga del bombo.

     Pero una cosa parece que se va abriendo paso. Y es importante. A la espera de lo que en las próximas semanas dictamine Madrid, la afición ya no disfruta con los toros como armarios de tres puertas, ni con los toros forzadamente regordíos y fuera de tipo; quiere seriedad y casta, como pide todo eso que define a un toro íntegro.

Vuelta al ruedo del toro de Victoriano del Río.
Vuelta al ruedo del toro de Victoriano del Río.

    Con esa constante de la flor a medio bordar, hubo toros que dejaron huella. De una inusual calidad resultó ‘Derramado’, con el hierro de Victoriano del Río, al que el 5 de mayo Sebastián Castella cuajó de principio a fin, hasta llegar el momento de la muerte. El torero no se recató a la hora de enseñar todas las virtudes de su enemigo, por eso no puede extrañar que se le diera la vuelta ruedo.

     Pero incluso por delante hay que recordar a ‘Bellito’, con el hierro de El Pilar, colorao ojo de perdiz, marcado con el número 92, que le tocó a López Simón. Un toro de vuelta al ruedo, aunque a su muerte en ese día no hubo suficiente sensibilidad ni en el palco ni en los tendidos. Si hubiera que quedarse de toda la Feria sólo con un toro, uno elegiría sin duda a este ‘Bellito’.

     Dentro de la corrida notable de Torrestrella brilló sobre todo ‘Ruidoso’, el número 13 y de capa negra, por su bravura y por su bollantía durante toda la lidia, con el que pudo lucirse José Garrido.

      Un gran toro fue también ‘Ilusión’, con el hierro estrellado de Jandilla, que permitió que El Fandi diera toda la dimensión del toreo que sabe hacer. No resulta fácil encontrar otro toro con esa humillación, esa nobleza, pero también esa casta.

Un toro de Victorino Martín.
Un toro de Victorino Martín.

      Por otro palo muy diferente en su bravura no se puede olvidar a ‘Platino’, un modelo de toro encastado y repetidor criado por Victorino Martín. Un animal duro y muy exigente, que cayó en las manos de Antonio Ferrera, para entre ambos construir una noble pelea de las de Puerta del Príncipe.

     Y como cierre, la calidad indiscutible de ‘Amapolo’, un cárdeno con el hierro de Miura lidiado en quinto lugar, que siendo plenamente fiel a su propio encaste, resultó como un homenaje a todo lo mejor de una divisa con 175 años de historia.

La imperfección de faenas con mucho peso

Roca Rey.
Roca Rey.

     Si repasamos la nomina de toreros, de primeras nos encontramos con la fuerza escénica del toreo de Roca Rey, que deslumbró con su primera faena en la undécima de feria: el peruano puso su listón mucho más allá de ese valor estoico de ante; ahora, además, torea con una hondura y una despaciosidad elogiable. Un triunfo rotundo, al que sólo le faltó terminar de bordar al sexto para abrir la Puerta del Príncipe, que era su lógica meta.

     Fue también aquella la tarde de la gran faena de Sebastián Castella, en una de las faenas más redondas que se le recuerdan. En los dos casos, la espada se quedó a medio bordar. A uno le cerró la Puerta del Príncipe; al otro un triunfo de dos orejas.

     Pero ya en los comienzos de la Feria se impuso la hondura del toreo con el capote de José Garrido, uno de los momentos verdaderamente estelares de todo el ciclo. Luego, además, supo aprovechar las condiciones bonancibles del cuarto de los ‘torrestrellas’ en una faena con elementos de importancia. Una oreja con autenticidad. Tan solo faltó ese pasito más que, además de lucimiento, contiene elementos arrolladores.

El Juli en el quinto.
El Juli en el quinto.

     A la pésima corrida de Garcigrande le ganó el poderío de El Juli en la tercera del ciclo. Su buena cabeza se impuso ante el quinto, que sin tener calidad al menos se movía algo más. Toda una lidia meritoria y por momentos con rotundidad, con el plus de ese reportorio enriquecido por el torero madrileño.

     Sin acabar de dar el paso definitivo, de Manzanares se recordarán sus dos estocadas -en uno recibiendo, al volapié en el otro- con la corrida de Juan Pedro Domecq. Su objeción: no convertir en excepcional la faena al buen quinto.

Paco Ureña.
Paco Ureña.

     A lo mejor por el éxtasis colectivo de la actuación de Ferrera puede que en el recuerdo se pierda un poco la faena de Paco Ureña al tercero de los ‘victorinos’. Pero allí hubo unas series muy de verdad, pura ortodoxia desde el cite hasta el remate. Un toreo cada vez más asolerado que rara vez se ve. Quizás, desde su reciedumbre, le falte un poquito de eso de ‘vender’ su producto.

     En el recuerdo queda ese Cayetano embraguetado con el sexto de los de Daniel Ruiz, que tanto recordaba a su abuelo y a su padre. No olvidemos -no se puede- la faena que se inventó Morante con el cuarto de la casa Matilla, por el que nadie daba un duro, salvo el torero de La Puebla, que apostó y ganó, con el lunar de la espada. Pero también tuvo momentos aislados de gloria con los de Núñez del Cuvillo, especialmente con el cuarto.

     Un lugar de la primera fila se reservó El Fandi, la tarde de los ‘jandillas’. Con el que hacía quinto, ni una objeción puede hacerse al torero de Granada: lanceó con mucho temple y hondura, cubrió el mejor tercio de banderillas y se creció toreando con mucha verdad con la muleta. También en su caso a la espada le faltaron las puntadas definitivas.

Pepe Moral.
Pepe Moral.

     Y cuando la Feria se nos iba entre los dedos, llega Pepe Moral y deja en la Maestranza los naturales probablemente más verdaderos, instrumentados a un gran ‘miura’. En efecto, al natural se torea así, como lo hizo Moral.


*Publicado en la web ‘Taurología’.


 

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