REAL MAESTRANZA - 9ª Feria de Abril

Aquí mando yo

0
1178
Morante de la Puebla, con el histórico rabo ganado hoy en la Maestranza, 52 años después del conseguido por Ruiz Miguel.

Morante de la Puebla hace historia en la Maestranza y le corta las dos orejas y el rabo al cuarto toro de Domingo Hernández, premiado con la vuelta al ruedo. Hacía 52 años que un torero a pie no cortaba un rabo. Fue Ruiz Miguel, en 1971, con ‘miuras’. Diego Urdiales y Juan Ortega fueron ovacionados.


 SEVILLA / Corrida de toros 

TOROS: Se han lidiado toros de la ganadería de Domingo Hernández, desiguales de presentación e interesante juego. El cuarto fue un gran toro premiado con la vuelta al ruedo. Con clase en la embestida y poca fuerza el primero; manso y complicado el segundo; de nobles embestidas, aunque con escaso fondo, el tercero; duró poco el noble quinto; noble y de sosas embestidas el sexto.
ESPADAS: –Morante de la Puebla (de turquesa y azabache), saludos, y dos orejas y rabo.
Diego Urdiales (de corinto y oro), silencio tras aviso y saludos.
Juan Ortega (de rosa palo y oro), saludos y silencio.

INCIDENCIAS: Más de tres cuartos de plaza.


Manuel Viera.-

     Morante es un maestro absoluto. Un auténtico genio, y no uso esta palabra con ligereza tras verle expresar, en una tarde histórica para el toreo en Sevilla, esos dones artísticos imposibles de imaginar. Puede hacer casi cualquier cosa con su diferencial tauromaquia. Pero lo que más admiro de él es que siempre pone su talento al servicio de la más creativa y pasional expresión taurómaca. Y la emoción en primer lugar. Todo tiene que ver con sentir, imaginar, improvisar… con ese toreo que lleva en el alma.

     Lo hecho tuvo la fortuna de contar con un protagonista extraordinario, ‘Ligerito’ el noble cuarto toro de Domingo Hernández, que pareció destinado a convertirse en legítimo representante de la nobleza y la bravura por la calidad de su embestida. Fue un toro de triunfo, un verdadero toro bravo. Así, la belleza de la gran obra de José Antonio Morante poseyó la naturalidad, profundidad y despaciosidad necesaria para convertirla en histórica. Torero y toro se alinearon en una perfecta simbiosis para sumergirnos en la magia del toreo. Toreo en esencia y bravura manifiesta, una peculiar alquimia de sentimiento y emoción.

     El punto de partida fueron dos faroles de lujo para recibir al buen toro, y continuar con imponente toreo a la verónica. Diversidad en su toreo de capote con excelentes chicuelinas, tafalleras, gaoneras y esos lances de un barroquismo excepcional. Todo magnificado. Entre la enorme calidad de la lidia resaltó el prodigioso natural. Naturales fascinantes que se hilvanaban sin solución de continuidad. El genial torero sevillano recreó cada trazo con un sentimiento, una profundidad, una elegancia y una belleza asombrosa. No es Morante sólo un torero portentoso, es un artista de verdad, de los que dejan huella indeleble en el aficionado. La frescura, la improvisación de su toreo es tal que me atrevo a decir que me pareció que estaba descubriendo el toreo. Toda una creación que apareció con una enjundia inesperada con la que enloqueció a toda la plaza. Con la que hizo parar el tiempo. Una tauromaquia que sólo a él le pertenece, modelada, hecha muy despacio a través de una naturalidad y torería descomunal.

     Tejera le puso fondo sonoro a la gran obra. La música capaz de potenciar la calidad artística de un faenón. Un toreo que constituyó un importante testimonio histórico. Una faena que dejó al espectador en estado de éxtasis irreversible. Porque tras la estocada, la plaza entera se tiñó de blanco. Cincuenta y dos años después se volvió a conceder un rabo en la Maestranza. Fue para Morante.

     Venía con tantas ganas de triunfo el diestro cigarrero que nada más desplegar el capote con el primero de la tarde, noble y de escaso fondo, deleitó con más de media docena de verónicas impresionantes. Después, fue con el toreo diestro con el que expresó esa delicadeza y talante que caracteriza a quien los trazó y que se distinguieron, no sólo por la pureza de su recorrido, sino también por en esos guiños a la tauromaquia de José, presente incluso en el diseño del vestido de luces que usó. La estocada, atravesada, necesitó de descabello.

     La vivida ha sido una gran tarde de toros. También Juan Ortega ha dado un recital de toreo con el capote que hizo sonar la música. Música para él y para el genio, que rivalizaron con el capote con excelentes quites al tercer toro correspondiente al diestro de Triana. Ortega detuvo las agujas del reloj maestrante, y aún sigue paradas, porque aún sigue el trazo de la verónica. Imposible torear más despacio. La chicuelina ajustada la utilizó José Antonio para demostrar que «aquí el rey soy yo», y volvió Ortega con su portentosa verónica.

     Sonó ‘Manolete’ para acompañar la faena del sevillano, expresada con delicadeza y talante con la derecha. Surgieron muletazos muy despacio, cambios de manos excepcionales, detalles por bajo con enjundia. Lo suficiente para recibir una ovación que, tras media estocada precedida de pinchazo, se escuchó en toda Sevilla. También los detalles de torería hechos y dichos con naturalidad lo expresó Juan con el noble y soso sexto. No dio el toro para más.

     Diego Urdiales tuvo en el segundo un manso y complicado toro con el que no hubo forma de conseguir contenido para la faena. Algunos muletazos con la derecha obligando la embestida con su acostumbrada naturalidad y otros con la izquierda, aunque primando la desigualdad. Acabó rajándose el toro para terminar de pinchazo y estocada. Al quinto, mejor toro que su anterior, lo toreó con templanza con la derecha, resultando muletazos de expresiva pureza. No fue igual con la izquierda, aunque algún que otro natural alcanzaron alta nota. Detalles de trincheras y cambios de mano para finiquitar con estocada.

     Finalizó la tarde con el ruedo inundado de aficionados que a hombros entre dos lo sacaron por la Puerta del Príncipe y en procesión se lo llevaron por la calles de Sevilla hasta el hotel. Para no olvidar.


 AL NATURAL 

«Tos por igual; al cielo de Sevilla con Morante»

Francisco Mateos.-

     Se empeña Morante en recordarme las fechas que caen en mi calendario vital. Algunos meses antes de que yo naciera, en la Feria de Abril de 1971, el gaditano Paco Ruiz Miguel le cortaba las dos orejas y el rabo a un toro de Miura; había entrado por la vía de la sustitución para cubrir a Limeño. Desde entonces, ningún torero a pie -a caballo lo ha logrado Pablo Hermoso de Mendoza- ha sido capaz de cortar un rabo en la Maestranza. Justo mi edad. Suerte he tenido de que he logrado verlo. Porque yo lo ví. Igual que me contaban los recordados Curro Puya, Finito de Triana o Andrés Luque Gago historias y faenas de Manolete, de Ordóñez, de Camino,… yo ahora podré contar en adelante faenas de Morante. Hasta esta del rabo. Porque yo lo ví.

     Yo he visto lo que ha logrado Morante hoy: que los ciegos vean, que los tullidos corran, que los mudos hablen, que los heridos sanen… y creo que hasta ha logrado que los antitaurinos se compren el abono 2024 de la Maestranza. El milagro se llama Morante, y es de La Puebla. Y yo lo ví. Lo ví templar el capote, mecer la tela; lo ví romper a los toros por abajo, lo ví alargar la izquierda sin límite. Morante es otra cosa. No es bello sólo su muletazo, es la compostura completa, la forma de andarle al toro, de acompañarle en la embestida, la armonía y naturalidad de la figura, la posición de los pies o la soltura de los brazos. Todo natural, nada forzado.

     Lo de hoy, cortar un rabo, lo intuí desde que se abrió de capote en el primero… Esas ganas lo delataban. Porque algunas veces, y él debe reconocerlo, ha habido pasividad; cosas de genios, supongo. No es casualidad que allá, discreto como siempre ha sido su toreo, en una grada alta, estuviera Curro Romero para dar su bendición taurina Urbi et Orbi; ni es casualidad que en otro extremo, en el callejón que es el único sitio donde sus maltrechas piernas le dan para llegar, estuviera otro cardenal del toreo, Rafael de Paula. Curro y Paula, Paula y Curro, juntos en una misma plaza de nuevo… Como el padre y el hijo de una divina trinidad, de una religión pagana, que asistían al templo sagrado a esperar la venida del espíritu santo taurino desde las marismas de La Puebla. Algo extraordinario iba a pasar con dos cardenales del toreo dispuestos a señalar a un maestro….

     Lo del primero con el capote es de Matrícula de Honor en Tauromaquia, pero no le aguantó faena con la muleta. Algún día, José Antonio, cuando ves que el toro no te va a aguantar, quizás después del tercio de banderillas debas coger otra vez el capote, que tiene más vuelos y hay lances sin obligar al toro pero llenos de profundidad y estética, y hacer una faena sólo con capote… Cosas de genio y que no están reglamentadas como prohibidas… Y tras cuatro o cinco tandas de lances con capote, montar la espada y matar por arriba. Una genialidad sólo al alcance de un genio que sabe torear de capote como José Antonio.

     Cuando ví que no le aguantaba la faena el primero, provocando la contrariedad de un Morante inspirado y lanzado, le dije a mi compañera de localidad, la también periodista taurina Inma León, que no debía contrariarse, porque si hay un torero capaz de abrir la Puerta del Príncipe con un único toro, ese es Morante, el único elegido para lograr un rabo en la Maestranza. Lo dije una hora antes de lo que después ocurrió. El toreo de capote, siendo excelentes los muletazos en el cuarto, ha sido superior, de ‘Cum Laude’. Qué manera de romperse, de sentirse torero con el capote en el cuarto. Y yo lo ví. Y con la muleta lo bordó también. Cadencia, inspiración, verdad, profundidad,… y montó la espada y dije «si mete la mano bien aquí hay lío». Y metió la mano. Así fue. Y hubo lío, y gordo. La gente comenzó a pedir directamente el rabo. Una locura. Una fantasía. Una verdad incontestable: estábamos viviendo una obra histórica. Y se concedieron las dos orejas y el rabo, 52 años después; que yo lo ví. Y bien dadas están, a pesar de un toro excesivamente premiado con la vuelta al ruedo, porque todo lo puso Morante.

     Y una muchedumbre se tiró al ruedo para pisar tierra santa taurina. Y entonces Sevilla fue una bulla llena de albero y romero, de cofrades y capillitas que se saben de memoria los colores de los vestidos de Morante de los últimos cinco años. Y al toque de un martillo lo izaron a hombros en una lenta ‘levantá’: «tos por igual, al cielo de Sevilla con Morante», que para eso Sevilla sabe de costaleros que llevan en volandas a quien va repartiendo fe y esperanza. Y lo sacaron por el dintel preciado del tempo del toreo. Y Morante asomó a las calles de Sevilla, al río, muy poquito a poco, sin prisas; «sin correr, no me corrais, no me corrais…». Sevilla estaba llevando sobre sus hombros al dios pagano de la religión taurina. Y por las calles de Sevilla lo fueron meciendo sobre sus hombros, de costero a costero, con ese rachear cargando la suerte de los discípulos del maestro, que acababan de recibir la buena nueva de la esperanza y el futuro para el toreo. Y desde los balcones le decían cosas, y alargaban los brazos para tocarle. Y los discípulos en procesión lo vitoreaban, lanzando ramitas de romero a su paso, mientras se abrazaban unos a otros con lágrimas en los ojos, contando el milagro del toreo del maestro. Y ya se sintieron libres, sin miedo a recorrer las calles junto al maestro, reconociéndose taurinos sin temor a ser señalados, perseguidos o humillados. Morante reparte fe y esperanza, para que los tullidos anden, para que los ciegos vean, para que los mudos hablen, y para que los antitaurinos vayan a las plazas… a ver a Morante. Y yo lo ví.


 DESDE EL TENDIDO DOS 

La profecía de los ‘Amaya’

Ignacio Sánchez-Mejías.-

     Morante rompe las barreras de Sevilla y corta un rabo, después de 52 años sin que un torero lo haga. Se me saltaron las lágrimas abrazando a mis amigos con los que tantas tardes de Morante he compartido, y acabé abrazando a desconocidos del tendido 3. Entonces me acordé de la chirigota del Selu y su profecía de los ‘Amaya’ de que se iba a acabar el mundo esa semana: «Con la de años que lleva aquí el mundo y me va a tocar a mí», decía. Pues en eso pensé, en lo tremendamente afortunados que hemos sido de presenciar y emocionarnos con la tarde de hoy. Ni en mis mejores sueños me daba posibilidad alguna de ver cortar un rabo a Morante en Sevilla; pues nada, nos ha tocado vivirlo junto a una plaza completamente entregada y feliz.

     Morante recibió a su primero con una docena, una docena, de verónicas a cada cual más ceñida y más larga, levantando la primera gran ovación. El toro se quedó muy mermado después de una violenta voltereta que dejó hasta un socavón en la arena, y aunque lo intentó con gusto y torería, la cosa no acabó de despuntar. Pero se veía al torero dispuesto y al público con él, quizás en desagravio por lo del lunes. Incluso quitó por chicuelinas al toro de Ortega. Pero la apoteosis llegó en el cuarto. Lo recibió con dos faroles arriesgadísimos pegado a tablas, lo toreó de capa para ponerle un piso, quitó por tafalleras muy artísticas pasándose al toro por la faja muy despacio y muy largo, media docena de veces, incluso replicando el quite de Urdiales. La faena fue de ensueño, destacó por lo cerca que se pasó al toro en todos y cada uno de los pases que la compusieron, y por la armonía de todo el conjunto. El toro era noble y fijo, pero tampoco era que embistiera con emoción, toda la emoción la puso Morante, media faena la hemos visto en pie. Se tiró a matar muy despacio y se pidieron las dos orejas y el rabo de forma muy mayoritaria. Yo, desde luego, lo pedí, así que si creen ustedes que me he pasado al sector triunfalista después de criticarlo tanto, están equivocados; la faena era histórica y lo demuestra la cantidad de personas que se tiraron después al ruedo para sacarlo a hombros. No dos tristes capitalistas, doscientas personas.

     Urdiales ha tenido un lote difícil. Al primero no lo atacó en las primeras tandas y acabó descompuesto, rajado e incierto, y después para matarlo, manso de oleadas. Después de lo de Morante resolvió la papeleta con dignidad, la de torear después del milagro y la de un toro incierto y molesto. La estocada ya valía la oreja que le pidieron sin mucha convicción.

     Lo de Juan Ortega con la capa es un prodigio. Hace embestir a los toros a cámara lenta mientras compone una armonía que entra por los ojos recordando las fotos en sepia de Curro Puya. La faena a su primero a los sones de ‘Manolete’ -suponemos que era homenaje al vestido que decían de su inspiración- no llegó a los niveles de la de capa. Con el último no llegó a entenderse.

     La foto de Morante con las orejas y el rabo en las manos quedará para la historia. Dentro de una semana, además de los que hemos tenido el privilegio de verlo, otros 40.000 contarán que también estuvieron allí, y dentro de un mes serán 100.000. Me alegro por todos ellos. A Morante lo sacó a hombros una multitud de aficionados, partidarios, amigos y familiares. El pueblo a sus pies.

(www.ignaciosanchezmejias.es)


 GALERÍA GRÁFICA (Pagés) 


 MORANTE, POR LA PUERTA DEL PRÍNCIPE 


 OTRAS IMÁGENES (Javier Martínez) 


 LOS TOROS (Javier Martínez) 

Dejar respuesta

14 − 9 =