MORANTE - Torero

«A veces, la mente no es buena para el alma»

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Morante de la Puebla saborea una copa de rioja mientras reflexiona sobre su concepto del toreo. (FOTO: Justo Rodríguez)
Morante de la Puebla saborea una copa de rioja mientras reflexiona sobre su concepto del toreo. (FOTO: Justo Rodríguez)

El diestro Morante de la Puebla reflexiona sobre su concepto del toreo. El Morate más intimista reconoce que el toreo debe ser una pasión, un arrebato de inspiración que haga que el torero y el toro se fundan en una única y misma cosa. Piensa que los aficionados deben saber esperar a un torero y a que salga ‘su’ toro, y marca distancias con «faenas técnicas, repetitivas y que me aburren».

Pablo García-Mancha.-

El toreo, dicho tan despacio como usted acostumbra, puede ser un lenguaje universal…

Rafael de Paula me repetía que el arte no tiene fronteras. Es un sentimiento que se transmite y que lo puede vivir cualquiera.

Existe algo increíble en su trayectoria: ¿cómo es capaz de mantener esa regularidad realizando faenas tan excelsas tantas veces por temporada?

Es difícil porque necesito un tipo de toro que preste unas condiciones que a veces no se dan. Lo que más me está gustando es que soy capaz de improvisar de manera diferente con cada toro. Eso le da un sentido particular y especial a cada faena, donde no cabe el aburrimiento ni la monotonía, cosa que odio. Estoy siendo capaz, dentro de mi línea, de poder improvisar haciendo cosas que quedan en la memoria y que me satisfacen. Incluso hasta me sorprendo de haberlas hecho.

¿Es el toreo capaz a estas alturas de sorprenderle?

Sí, claro, y es lo realmente hermoso. Pero para eso hay que dejarse llevar un poquito. Cada toro te presenta unos movimientos distintos que uno los va acompañando de una forma singular. Para mí es lo más bonito del toreo. Me aburren mucho esas faenas técnicas, todas iguales, repetitivas. Yo soy así, no puedo ser de otra manera aunque me lo propusiera.

En su evolución existe una parte técnica de profundo conocimiento de la raiz más íntima del toreo, y otra de búsqueda muy personal. ¿Estudia a los toreros antiguos?

Yo era muy mal estudiante y no me atrevo a conjugar ese verbo. No es que los estudie, pero sí que los veo, los observo y a través de ellos pienso que interfieren en mi mente, en mi propio estado anímico y en mi evolución personal y artística. No hace falta estudiarlos, con verlos te vas amoldando y te hacen percibir el mundo con mayor amplitud. Eso hace que los vaya llevando a mi estilo, a mis formas. A veces sale casi sin darte cuenta y otras veces lo entreno de salón. Pero lo más importante es que se mezclen con uno mismo y que acaben siendo partícipes de ti para que brote algo genuinamente personal. Lo que sí es verdad es que me fijo en todos los toreros y veo muchísimos vídeos.

¿Da tiempo a pensar más allá de la técnica cuando se siente el toreo en ese lugar tan inhóspito y solitario como es el ruedo ante un animal que le quiere arrebatar la vida?

Está el conocimiento de uno mismo, de sus límites. Pero en ocasiones la mente no es buena para el alma. A veces te habla y no la escuchas. Es como un mecanismo de diálogo de sordos. Se va haciendo lo que en un momento dado sale, pero uno escucha la parte práctica: si tomo la derecha, la izquierda… Pero no es del todo positivo para el alma y tienes que ir equilibrando cada resorte. En el término medio está la virtud y unas veces conviene escuchar y otras hacerse el sordo.

¿Se tiene que dejar llevar un torero en la plaza?

Hay que abrir el corazón y los sentidos. Es vital despegarte de aquello que te maneja, aunque al principio te dé mucho miedo. Pero cuando le vas cogiendo el gusto es algo que terminas por buscar, y hace que te aferres y te entregues a lo que resulta más desconocido. Eso es lo grandioso; es más, creo que en eso consiste la poesía del toreo.

¿Y qué papel juega el miedo?

Es lo que te dice qué no debes hacer locamente. Cuando se realiza arte no puede ni debe haber miedo; no me puedo imaginar a Dalí pintando un cuadro con miedo. Si existe el arte no existe el miedo; el miedo está en una etapa anterior. Dentro de una faena puede haber momentos con miedo, pero cuando realmente está el arte uno tiene que estar abandonado y no tiene que sentir miedo.

Entramos en un territorio del alma muy complejo…

Yo no lo conocía cuando empezaba en el toreo. A mí siempre me ha gustado hablar poco, pensar mucho, ser un poco místico… Toda esa profundidad me la ha ido dando el tiempo y ha sido lo que me ha guiado mi carrera y mi vida. Como le he cogido el gustillo no paro de buscarlo. Unas veces llega, otras no. A veces yo paso mucho miedo, otras menos, pero el arte no tiene miedo.

Ahora cuando torea es como si se enterrara en el ruedo…

Cuando interpreto siento una sensación como si estuviera perdiendo la gravedad. Hay veces que la pierdes. No es exactamente aquello de Belmonte de que se perdía la sensación de tener cuerpo, creo que es como fundirse con el toro. Belmonte hablaba de olvidarse del cuerpo, pero yo creo que es sentirlo todo en uno, que sea una comunión total tuya con el toro. Cuando estás delante de él, con su peligro, con su fuerza, y tú con dulzura eres capaz de hacerlo pasar se produce algo como ingrávido que me enloquece.

¿Hay que saber esperar y tener paciencia para verle?

Existe una anécdota maravillosa de Sánchez Mejías en su casa de Pino Montano en la que organizaba veladas flamencas. Una noche llamó a Manuel Torre para que cantara y había un amigo de Ignacio que no era aficionado pero que quería escucharle porque todo el mundo hablaba maravillas del cante de Torre. La noche avanzaba y Torre no cantaba… El amigo, impaciente, se dirigió a Ignacio y le dijo: «Mira la hora qué es y no ha abierto la boca». Sánchez Mejías le puso la mano en el hombro y le respondió: «¿Y si canta?». A lo que digo yo: «¿Y si sale el toreo?». No es posible cortar esa vía de inspiración del ser humano. ¿Y si sucede? Hay que saber esperar y saber volver al día siguiente porque… ¿Y si canta? ¿Y si aparece el toreo?


*Publicado en Diario ‘La Rioja’

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