«…El toreo diestro expresó esa delicadeza que caracteriza a quien se distinguió, no sólo por la pureza, sino también por en esos guiños a la tauromaquia de José, presente incluso en el diseño del vestido. La frescura, la improvisación fue tal que me pareció que estaba descubriendo el toreo…»
Manuel Viera.-
Un auténtico genio, y no uso esta palabra con ligereza tras verle expresar, en una tarde histórica para el toreo, esos dones artísticos imposible de imaginar. Puede hacer cualquier cosa con su diferencial tauromaquia, pero lo que más admiro de él es que siempre pone su talento al servicio de la más creativa y pasional expresión taurómaca. Y la emoción en primer lugar. Todo tiene que ver con sentir, imaginar, improvisar… con ese toreo que lleva en el alma.
Lo hecho en Sevilla tuvo la fortuna de contar con un protagonista extraordinario, ‘Ligerito’, el gran toro de Domingo Hernández. Pareció destinado a convertirse en legítimo representante de la nobleza y la bravura por la calidad de su embestida. Fue un toro de triunfo, un verdadero toro bravo. Así, la belleza de la gran obra poseyó la naturalidad, profundidad y despaciosidad necesaria para convertirla en histórica. Torero y toro se alinearon en una perfecta simbiosis para sumergirnos en la magia del toreo. Toreo en esencia y bravura manifiesta, una peculiar alquimia de sentimiento y emoción.
La enorme calidad de la lidia resaltó la imponente verónica y el prodigioso natural. Fascinantes trazos que se hilvanaban sin solución de continuidad con un sentimiento, una profundidad, una elegancia y una belleza asombrosa. El toreo diestro expresó esa delicadeza y talante que caracteriza a quien lo trazó y que se distinguió, no sólo por la pureza de su recorrido, sino también por en esos guiños a la tauromaquia de José, presente incluso en el diseño del vestido de torear que usó. La frescura, la improvisación en su hacer fue tal que me atrevo a decir que me pareció que estaba descubriendo el toreo. Toda una creación que apareció con una enjundia inesperada con la que enloqueció a toda la plaza y con la que hizo parar el tiempo.
Tejera le puso fondo sonoro a la gran obra. La música capaz de potenciar la calidad artística de un faenón. Un toreo que constituyó un importante testimonio histórico. Una lidia que dejó al espectador en estado de éxtasis irreversible. Porque tras la estocada, la plaza entera se tiñó de blanco. Cincuenta y dos años después se volvió a conceder un rabo en la Maestranza. Morante de la Puebla ya es historia viva del toreo en Sevilla.
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