El mito de Curro Romero

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Curro Romero es el último torero de leyenda, de personalidad arrolladora, mitificado hasta la misma linde de la mitología taurina. Su toreo tan lleno de garbo, señorío y empaque ha sido imposible de explicarse del todo. El arte de Romero nace en las yemas de los dedos: nadie mece la verónica con tanta suavidad, con tanta dulzura, un lance se convierte en una pura caricia. Los pies asentados en la arena, el pecho fuera, siempre vestido como un príncipe y luego cómo ligaba uno y otro lance de punta a punta de la plaza.

Ignacio Cossío.-

Curro Romero es el último torero de leyenda, de personalidad arrolladora, mitificado hasta la misma linde de la mitología taurina. Su toreo tan lleno de garbo, señorío y empaque ha sido imposible de explicarse del todo, resulta difícil catalogarlo, encasillarlo por su forma de interpretarse, no es sevillano, no es agitanado sino más bien rondeño pero no totalmente, era personalísimo, inconfundible, irrepetible como la esencia de Romero, Curro Romero sin más.

Llegó al toreo por el camino de la necesidad, que no es otro que el que alimenta el espíritu de los valientes. Nace en el seno de una familia humilde y obrera que pastorea ganado tras la guerra civil en el Cortijo de Gambogaz, propiedad del General Gonzalo Queipo de Llano, y allí mismo guardando vacas, ovejas y cochinos escucha los primeros olés de su vida, arrastrados por el viento, que desde la Maestranza le llegaban con el río.

Inicios en La Pañoleta

A los catorce años de edad, cuando siente la necesidad de escapar de ese mundo que le rodea, se adentra en el planeta de los toros, un territorio que no le era menos familiar por otra parte pues su padre era un buen aficionado e incluso tenía un tío paterno que llegó a torear de becerrista en la plaza de toros de Sevilla. Con el apoyo de los suyos y el paso de unos años comienzan los tentaderos que le permitirán debutar de luces con éxito en La Pañoleta el 25 de Julio de 1954; y dos meses más tarde hacer lo propio con caballos, concretamente el 8 de septiembre en la localidad sevillana de Utrera, actuando con Juan Gálvez, Paco Corpas y Ruperto de los Reyes, recogiendo un sonoro triunfo.

Su carrera se toma un descanso a la vuelta de su actuación en Barcelona el 1 de enero del siguiente año para incorporarse al servicio militar en la Maestranza de Artillería de Sevilla, sito a escasos cien metros del Coso de Baratillo. Una vez licenciado y con la recomendación de su apoderado Antonio Chaves, nieto de ‘Camero’ –el que fuera picador con Joselito, y con la intermediación de Diodoro Canorea-, logra debutar en Sevilla el 26 de mayo de 1957, sustituyendo al herido Juan García ‘Mondeño’.

La tarde de su presentación en Sevilla y especialmente la faena realizada al sexto novillo de la tarde, de nombre ‘Radiador’, de Benítez Cubero, causó un impacto mayúsculo entre los aficionados que pronto comienzan a comparar su personalísimo empaque y majestad con el mismísimo Reverte o Antonio Fuentes.

En su primera etapa surge el Romero más puro, el más clásico, el más belmontino, fiel a la mejor tradición de los toreros de los años treinta. Si Paula fue el sueño del Pasmo, Curro es su sonrisa, la alegría, el disfrute del arte. Toreo cien por cien natural, aunque, sin el dramatismo ni el barroquismo gitano, se convirtió de repente en la sombra del toreo flamenco en pro de esa cruzada que se dió en llamar por y para el arte.

Recordemos los versos del poeta valenciano Rafael Duyos:

¿No hay guitarra que te cante?
¿No hay soleá que te nombre?
¿No hay son de palmas que diga
lo lento de tu capote…?

En aquellas fechas puede decirse que nació a la vez el movimiento más leal que ha existido alrededor de la figura de un torero, cuasi una religión, más conocido como el ‘currismo’. De Sevilla se extendió a todo el país formando legiones enteras de aficionados que le siguieron, lo esperaron y se deleitaron con su buen toreo desde entones hasta hace casi nueve años en donde decidió retirarse definitivamente tras un festival toreado en La Algaba, contando con 66 años de edad; y 42 años de profesión a sus espaldas.

Curro, el imprevisible

El paso de Curro Romero en la historia de la tauromaquia ha sido trascendental pese a demostrar una irregularidad considerable en su trayectoria profesional. Las tardes gloriosas se intercalan con las más decepcionantes, descubriéndonos hitos y cifras que nos hacen romper cualquier otra estadística conocida, lo de Curro era imprevisible, tenía que estar muy seguro que el toro tenía condiciones ya que para su forma de interpretar el toreo requería de un toro bravo que siempre obedeciera hasta el último tercio y eso según el maestro apenas salía muy de tarde en tarde.

A lo largo de su extensa carrera se puede afirmar que el estilismo y la personalidad arrolladora de Curro Romero, unido a un gran oficio y una buena técnica a su servicio para abreviar con el toro que no le convenciera y finiquitar al complicado, le convirtió en un erudito taurino, con él cada fracaso le daba tanto caché como a los demás los éxitos, convirtiéndose aún durante sus tardes negras en todo un héroe popular. En el recuerdo de aquellos años se conservan faenas memorables como la de su debut en la plaza lisboeta de Campo Pequeño, en donde se entretuvo en dar cuatro vueltas al ruedo mientras que los capitalistas al finalizar el festejo se lo llevaron a hombros hasta el hotel situado a cinco kilómetros de la plaza. Tan sólo Manolo dos Santos en su despedida y Curro Romero en su debut novilleril han logrado salir a hombros por la plaza portuguesa.

Curro deja tras de sí toda una manifestación de partidarios y detractores, que se afianzan con el tiempo, heredándose de padres a hijos. Su toreo no deja a nadie indiferente, genial en todo y por todo, hermanado con el Divino Calvo, Rafael ‘El Gallo’ en aquello de hacer de la improvisación inspirada por los sentimientos toda una religión. Nunca se sabía qué iban a hacer, ni el cómo ni el porqué. Capaces de todo y de nada. De armar un alboroto o formar la marimorena. De triunfo increíble o de fracaso impensable. De dos orejas y rabo, o toro al corral. Siempre distintos y únicos de un día para otro.

Alternativa en Valencia

La alternativa no se hace esperar y la toma sin pena ni gloria el 18 de marzo de 1959 en Valencia, contando como padrino Gregorio Sánchez y testigo Jaime Ostos; el toro tocado en suerte del Conde de la Corte se llamó ‘Vito’. Otra actuación en el Domingo de Resurrección en Málaga le preparan para su vuelta a la Feria de Abril en Sevilla. Esta sería la primera de sus cuarenta ferias abrileñas ininterrumpidas en las que tomó parte el camero.

La tarde de 26 de mayo de aquel año frente a ‘Gallego’ de Peralta, realiza una de sus mejores faenas. Las fotos de la efeméride delatan un toreo de cante grande, de mucha entrega, de compás abierto, de pierna adelantada, de manos muy bajas, arrastrando el capote a lo Curro Puya. Antonio Díaz-Cañabate notario de excepción del triunfo de Curro con el de Contreras afirmó tras su actuación maestrante:

«Ya ví a Curro Romero. Sevilla es la tierra del duende. El duende es lo misterioso del arte flamenco. Curro Romero vino a la Feria y el duende lo acompañó escondido en el capote embrujado, en la muleta. Y no fue Curro Romero. Fue el duende el que toreó ¿Quién si no es capaz de ensoñar unas verónicas como las que vimos al duende que cosquilleaba a Curro Romero y que se abrieron en el tercer toro…como rosas? ¡Pues vaya por las rosas!, que se metieron en el aire transformadas en prodigiosos lances por la magia del duende inspirador (…) Y en el sexto…era al anochecer. El sol, en cielo aún, pero no en la Maestranza. Luz de crepúsculo incipiente. Luz desmayada de Sevilla en abril. Y el duende brincando en la muleta de Curro Romero. «Vamos pa el toro, que esta muy güeno». Y el duende, quietecito en la muleta dijo por lo bajines: ¡Allá va el misterio! ¡Allá va el arte! Los tres pases por bajo, asombrosos, se quedaron como tres esculturas de manos griegas. (…) Y a la salida me tropecé a Curro, calle Adriano adelante en alto de la multitud, mientras el duende se quedó en el ruedo, dormido sobre tres pases asombrosos, almohada de la gracia».

Gregorio Corrochano no se queda corto tampoco y remata faena el mismo día:

«Curro Romero bordó el toreo, según dijo una linda mujer de mi vecindad; pintó el toreo, dijo un hombre; esculpió el toreo, opino yo. Porque es verdad que tenía primor de bordado; es verdad que tenía colorido de paleta de pintura; pero también es verdad que la pintura tenía relieve, y eso ya es escultura. Tenía son de armonía y composición; por eso cuando sonó la música en la faena yo no sabía si tocaba la banda de la plaza o salía el pasodoble de la muleta de Curro Romero; de aquellos primeros pases tan precisos, tan limpios, tan medidos, que parecía que el toro empujaba la muleta con su aire, sin lograr alcanzarla con las astas…»

Sevilla no dejaría de disfrutar con su arte en otras tardes apoteósicas como: la del sobrero de Clemente Tassara en el año 60 en donde la afición afirmaba que se marchaba un torerazo llamado Manolo González y que llegaba él con aire fresco; la tarde en solitario con los seis toros de Urquijo del 66 en donde le otorgarían ocho orejas, único espada hasta el momento que logrado obtener tantos trofeos en la Maestranza; otra faena a otro toro de Urquijo en el 67; la tarde del 68 frente a distintas ganaderías; la del 80 frente a un toro de Carlos Núñez; o la del toro de Martín Berrocal en el año 72 en donde cortó 3 orejas y se negó a salir a hombros. Cinco que bien pudieron ser seis Puertas del Príncipe atesora nuestro Curro de su paso por la Maestranza.

Curro es una realidad que nos afecta desde muy pronto a todos, recordemos a José María de Cossío en sus últimas palabras rescatadas de su Disertación final de los toros en su último tomo del Tratado Técnico e Histórico de Los Toros publicado en 1961, al terminar pronosticando una realidad muy próxima:

«Hay un diestro de Camas, Curro Romero, apunta, y ya más que apunta, todo el embrujo el toreo sevillano, con un son menos jubiloso y un aire más grave, pero no menos depurado y atractivo. (…) Curro Romero pertenece a esa especie de toreros artistas que produce Andalucía, puede decirse que por la gracia de Dios. La calidad de su toreo es extraordinaria y, aún en tardes menos afortunadas, perceptible por los verdaderos aficionados. No busca el éxito en excentricidades ni nuevas suertes, sino la personalidad que presta a los eternos lances de la lidia».

La verdad del toreo eterno

Curro Romero en aquel entonces contaba con tan sólo veintiocho años de edad y dos de alternativa. Por aquellos primeros años sesenta le cogen mucho los toros y le hieren de suma gravedad. Era una quimera, se decía torear con aquella pureza a cualquier toro. En la segunda etapa, Curro sufre, una auténtica trasformación estética, comienza la reencarnación de Cagancho basado en un toreo más suave, más frágil y menos grave. El arte de Romero nace en las yemas de los dedos: nadie mece la verónica con tanta suavidad, con tanta dulzura, un lance se convierte en una pura caricia. Los pies asentados en la arena, el pecho fuera, siempre vestido como un príncipe y luego cómo ligaba uno y otro lance de punta a punta de la plaza. Desde una trinchera a un cambio de manos todo en él parecía realizado sin esfuerzo aparente. La hondura de la primera época se transformó en empaque, cadencia y arte.

El poeta montañés Gerardo Diego nos desvela el secreto de su verónica caló:

Lenta, olorosa, redonda,
La flor de la maravilla
Se abre cada vez más honda
Y se encierra en su semilla.
Cómo huele a abril y a mayo
ese barrido desmayo,
esa plaza de desgana,
ese gozo, esa tristeza,
esa rítmica pereza,
campana del sur, campana.

La confirmación en la capital se confecciona con un cartel netamente sevillano: Pepe Luis Vázquez, Manolo Vázquez y Curro Romero con toros de Eusebia Galache, se celebra el 19 de mayo de 1959 y se suspende durante la lidia del tercer toro, tras una lluvia persistente. No hay opción de ver a Romero pero la empresa repite cartel el 20 de septiembre del mismo año y Curro lo borda con un sobrero de Aleas de nombre ‘Regatero’.

Cañabate nos relata con entusiasmo la faena al día siguiente en el diario ABC:

«Los espectadores abrieron los ojos nada más ver los dos ayudados por alto iniciales de la faena de Curro Romero. Espatarrado, cimbreante el cuerpo, cargando la suerte con majeza y empaque. Y de aquí para adelante. Una faena de toreo puro. Una faena llena de hermosura, la sin igual hermosura del toreo clásico realizado y realzado con la arrogancia, la finura, y el temple de un muchacho con gran planta de torero. Naturales con la derecha. El solo adorno de dos molinetes. ¡Pero qué molinetes! Lentos, lentísimos, suaves rítmicos, armoniosos. Se despertó Curro Romero y tan luminoso fue su despertar que el crepúsculo vespertino parecía un amanecer. El amanecer del toreo puro, casi siempre nublado por las nubes de lo monótono, de lo vulgar. Mató de una estocada, le concedieron una oreja y salió a hombros».

En Madrid, con esta primera salida a hombros, adquiere un cartel inmejorable, siempre con máxima expectación, en donde se le ha esperado y querido mucho. Allí sumaría siete de las ocho puertas grandes que pudieron ser, pues también se negó a salir a hombros otra tarde en Las Ventas. Desglosemos sus apoteósicas salidas venteñas: la del 59 con el mencionado de Aleas; la de la faena al arellano del 62; la tarde en la corrida de la Prensa con los alipios en el 63; la tercera salida a hombros en el año 65, dos más en el 66 con toros de Antonio Pérez de San Fernando y la del 67 con el famoso ‘Marismeño’ de Benítez Cubero junto a Camino y Puerta. Curiosamente el día antes de la faena al citado ‘Marismeño’ en el mismo escenario se dejó un toro vivo de Cortijoliva que resultó muy manso en el primer tercio y que por discrepancias presidenciales acabó el diestro sevillano detenido y conducido al calabozo. Más tarde, en el año 73, es cuando se niega a salir a hombros tras una gran faena de dos orejas a otro toro de Benítez Cubero, inexplicablemente.

…Y Curro paró los relojes

Otra de sus gloriosas faenas y posiblemente la mejor de todas, según el cronista Vicente Zabala Portolés, se produjo en el Corpus de Granada el 23 de Junio de 1973, como así nos la relata con verdadera pasión el genial cronista madrileño desde el coso de Los Cármenes:

«Las manecillas se habían detenido para ver torear. Y los gitanos del Albaicín rompieron a cantar por lo grande, y los de la Peña Platería lloraban como niños, y los jardines morunos se deshacían en fragancias, y los gorriones inmovilizaban el vuelo justo sobre la plaza de toros, y las gargantas enronquecían perdiendo la noción de los olés, y se sentían las sonantas, y Rafael llamaba a Chicuelo invitándole a que se asomara a los palcos del cielo…»

Para Curro Romero el torear es un ejercicio del espíritu, es parte de su vida, es la fuente de su inspiración diaria en donde solo hay majestad y armonía, allí parece detenerse el tiempo, ya no se trata de torear despacio sino de perder la noción de la realidad y trasportarnos con él a imágenes del pasado. Curro frente al espejo de su cuarto de Camas cuando toreaba de salón con el capote de su tío; Curro en la soledad silbante del artista entre los pinares de Aznalcázar a primera hora de la mañana, en el color de sus trajes en donde el verde se extiende como un arco iris desde el verde botella, mar, manzana, pistacho, lago hasta su talismán aceituna, transformado en música celestial cada pase con sus únicos instrumentos: el capote y la espada, haciéndonos a todos más presente ese aroma y esa esencia de romero.

Decía Vargas Llosa que nunca había visto hacer el amor a tanta gente y al mismo tiempo que cuando toreaba el Curro Romero en la Maestranza. Algo de seducción hay en su toreo embriagador, mágico y silencioso. El escritor peruano nos recordó que el toreo es un espectáculo que se desdobla: el del torero y el del amor compartido y exhibido sin vergüenza, el del espada cuyas acciones y desplantes se ven enriquecidos por la calidez del sentimiento que, como un efluvio, mana de los tendidos hacia el albero, incitando al diestro a triunfar, a doblegar a su adversario, y el del artista que, potenciado por el mimo y el halago, por la fe y el cariño que suscita, se empeña y multiplica.

Fiel a sí mismo

Curro Romero nunca se traicionó a él mismo y a su personal toreo, siempre supo esperar y nunca se quedó a medias cuando el toro lo merecía; en definitiva que no pensó a lo largo de sus muchos años en activo en otra cosa que en los toros. Su afición desmedida posiblemente fue el secreto de su notable éxito y fama. Él nos enseño la fuerza del toreo con su diminuto capotito y muleta, especialmente a la diestra en un mundo en que además y todavía continúan todos corriendo sin pararse.

En su tercera y última etapa valía el precio de la entrada por sólo verle hacer el paseíllo con aquella elegancia heredada de Lagartijo, que hasta en las tardes más aciagas nadie como él tenía aquella dignidad torera hasta abandonando la plaza llena de almohadillas.

En el recuerdo de aquella época tres tardes felices, la faena de los naturales en San Sebastián en el año 73; una grabada a fuego a cámara lenta en la retina de muchos aficionados dibujando cuatro derechazos eternos ligados en redondo vestido de canela y azabache al toro ‘Caraderosa’, de Garzón en las Ventas junto a Antoñete, celebrada el 7 de junio de 1985, en aquella ocasión tras el triunfo de Antoñete todos salieron hablando de Curro, cómo lo haría…; y otra la faena llena de empaque en el año anterior al toro ‘Flautino’ de Gabriel Rojas en Sevilla, un lunes de farolillos con sabor a resurrección romerista y otra gran faena.

Todos en mayor o en menor medida nos identificamos con él, nos hizo sentir compañero en la derrota y triunfadores junto a él ante el éxito. Puede decirse que fue una parte de nosotros mismos, a Curro hay que quererle, no hay mas remedio. Los anticurristas han sido los más fieles y los que más le han amado y es que, como me contó en alguna ocasión una gitana en Triana, es una chispa lo que hace ser distinto a los demás. El ser más grande, el revelarse contra lo rutinario. Curro Romero lo ha sido no solamente en la plaza sino en la calle, como así lo hemos podido comprobar quienes hemos tenido la gran suerte de haberlo conocido de cerca, ya no podemos verlo de otra manera, el representa nuestro último mito del toreo, la última leyenda viva. Muchos años de gloria para el único Faraón vivo del toreo.

*Ignacio Cossío es escritor y periodista taurino sevillano de Onda Cero-Sevilla, lostorosenlaonda.com y elcossio.com

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