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Luque Gago, adiós a un gran señor del toreo

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El banderillero sevillano Andrés Luque Gago llegando a una corrida de toros a la Maesttranza. (FOTO: ABC-Sevilla)

«…¿Se puede ser, estar y pensar en torero a todas las horas del día? Sin duda alguna, la respuesta es afirmativa si hablamos de Andrés. Era torero al caminar, lo era al saludar, lo parecía de cerca y de lejos, hablaba en torero, sentía en torero, desprendía torería por todos los poros de su piel…»

José Enrique Moreno.-

     Se están yendo poco a poco. La ley de la vida está mermando a una generación especial, irremplazable, del toreo. Hace poco más de una semana nos dejó un banderillero de oro puro y una persona buena: mi amigo Andrés Luque Gago.

     Les pregunto algo: ¿Se puede ser, estar y pensar en torero a todas las horas del día? Sin duda alguna, la respuesta es afirmativa si hablamos de Andrés. Era torero al caminar, lo era al saludar, lo parecía de cerca y de lejos, hablaba en torero, sentía en torero, desprendía torería por todos los poros de su piel. Por eso me gustó tanto estar a su lado desde que empecé en mi profesión: Andrés transmitía cosas buenas, del toreo y de la vida, siempre con una positividad inquebrantable, siempre con una simpatía natural y una grandiosa bonhomía. Disfruté de él como contertulio de mi programa taurino de Radio Sevilla, donde nunca olvidaré ese «¡Señores!» con el que comenzaba muchas de sus intervenciones. Siempre sencillo y amable, pero sabio sin alardes en las cosas del toro.

     Y qué respeto por los toreros, ¡señores! Cómo hablaba de los hermanos Girón, de Luis Miguel, de Ordóñez, de Paula, entre otros maestros con los que estuvo… Fue la sombra de todos ellos en el ruedo: la mano certera y hábil en el quite, templada en la brega y poderosa con los palos. Andrés fue un torero inteligente y capaz. Su plata era oro molido y desprendía sevillanía, elegancia y torería por los cuatro costados.

     Andrés siempre estaba dispuesto a hablar de toros. Nunca recibí de él un ‘no’ para una tertulia de la radio o un acto de cara al público. El toreo era su vida. Tanto que me cuentan que en estos últimos años, cuando ya estaba más impedido, se dedicó a revisar libros, revistas y fotografías para rememorar una vida dedicada al toro y seguir viviendo en torero.

     Hoy, desde estas líneas, digo adiós a uno de esos últimos señores del toreo. Y lo hago con tristeza profunda, pero sin poder evitar una sonrisa cuando me acuerdo de Andrés respondiéndome con su pulgar en alto: «¡Súper, José!». Hasta siempre, amigo.


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