OPINIÓN.- ¿En qué piensan los toreros?

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«…el torero de hoy en día exige el toro medio o bajo para seguir toreándolo a golpe de cronómetro. Ya todos han encontrado su toro, ya todos han demostrado lo que saben hacer con él. Y el toreo hoy en día aburre mucho y las expectativas sólo las siguen teniendo los públicos ocasionales, los que en una plaza de primera, dígase Sevilla, se vuelven locos porque la montera de un diestro ha caído boca arriba…»


FOTO: Javier Martínez.

Lázaro Echegaray.-

     Sevilla, y todo el mundo del toreo, se encuentran de enhorabuena en estos días. El hecho de que la Academia de las Artes haya elegido a Curro Romero como miembro de la misma, primer torero en la historia que alcanza este nombramiento, es motivo de gloria. Como dijo el propio maestro, este es un reconocimiento para todo el toreo. Aunque luego, viendo las actuaciones de unos cuantos, a uno siempre le queda la duda. Es curioso, pero el mundo del toro recibe los galardones más importantes en una de sus peores épocas. Aunque el galardón no lo ha ganado el maestro de Camas por sus actuaciones de ayer o anteayer sino por la continuidad de su carrera, tiempo atras y por el arte que fue capaz de desprender cuando las cosas salían bien. Ha habido en Curro altibajos, días de bueno buenísimo, de calidad suprema, de toreo a relentí, de embestidas que se hacían eternas en las manos del torero. Y días de pobreza, de insultos en el tendido y rollos de papel higiénico que convertían la plaza en un retrete. Días de miedo, de burladeros siempre ocupados, de espantás espantosas, de salidas perpendiculares a la hora de la verdad del último tercio. Y todos esos días, quedaban en meras anécdotas, en sucesos sin importancia cuando Curro cuajaba un toro como sólo él sabía hacerlo. Y es que eso es el arte; lo máximo y lo mínimo, el todo y la nada pero con la  capacidad de hacerlo, con la capacidad de entenderlo y de saber levantarse cuando uno se ha caído y caerse cuando ha subido hasta arriba. Éxito y fracaso no son sino consecuencias del trabajo diario, gajes del oficio. Lo importante es que cuando se dé el éxito venga, además, adornado por la inspiración que genera la genialidad. Eso ha sido en el toreo Curro Romero.

     Hoy, oficialmente, el mundo del arte ha reconocido una profesión, la más arriesgada de cuantas en su seno se practican. Y lo ha hecho desde la figura de uno de los toreros más controvertidos que hayan existido nunca. También esa controversia es cuna del arte y hasta Velázquez, Goya o Picasso la crearon. No es extraño que la Academia se haya decantado por Romero; lo que hubiera sido imposible es que la Academia eligiera a cualquiera de los toreros que hoy en día pisan los ruedos de esas plazas de Dios. Entonces todos pensaríamos (incondicionales a parte) que la gente del arte se había vuelto loca y la Academia caería, irremediablemente, en el más rotundo desprestigio.

     Digo esto porque viendo lo que me ha sido posible ver de la reciente Feria de Abril, observo descorazonado que el concepto del toreo, el toreo en sí, el toreo como tal, simple y sin aspavientos, el toreo que embriaga por su condición natural, ni existe en la actualidad ni tiene visos de existir. El adocenamiento aburre, las formas siempre son las mismas, las personalidades brillan por su ausencia. Y no se cansan. Son las mismas faenas que vimos en la temporada pasada, las mismas desganas, las mimas ñoñerías, el mismo vacío en la Fiesta ¿Dónde hay un torero con personalidad? ¿Un torero de esos que llena plaza con sólo pisar? No lo busquen. Hasta el más emocionante pisa con desgana (y eso que emocionantes, lo que se dice emocionantes, hay muy pocos) ¿En qué piensan los toreros? Quizás en la comodidad que es una de las cosas que más daño hace a la fiesta. Sí, es cierto que como torero cómodo Curro lo ha sido, y mucho. Sabemos que el toro-toro no lo ha querido ver nunca (casi nunca: hay por ahí unas imágenes de Curro lidiando lo de Buendía, y supongo que otras muchas, a las que habría que echar un vistazo) pero esa exigencia del toro medio o bajo estaba justificada por lo que con él era capaz de hacer. Muchos son los que dicen que con ese toro es fácil parar el reloj, pero son tan pocos los que luego lo paran…

     El torero de hoy en día exige el toro medio o bajo para seguir oreándolo a golpe de cronómetro. Cuando uno de ellos consigue parar el tiempo, todos (y yo el primero) cantamos hazañas que lo son más por inusuales que por cualquier otro elemento propio de las mismas.

     Creo que existe la idea, en el público taurino, que no en el aficionado, de que cada torero va buscando su toro, ese que le permita sacar todo aquello que dice tener dentro. Bueno sería que cada torero así lo demostrara, como lo hacía el maestro. Pero no puede ser. Ya todos han encontrado su toro, ya todos han demostrado lo que saben hacer con él. Y el toreo hoy en día aburre mucho y las expectativas sólo las siguen teniendo los públicos ocasionales, los que en una plaza de primera, dígase Sevilla, se vuelven locos porque la montera de un diestro ha caído boca arriba.

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