OPINIÓN: Ahora resulta que El Cid es muy bueno

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«…feo, con pinta de viejo, hombre de pueblo, sin glamour, medianamente calvo, incluso humilde -«me veían como un buen torero, pero siempre había un pero de por medio»-, clásico, escasamente mediático, de sonrisa no irresistible, un poco alto para esto, algún desgarbo, por supuesto no un pijo elegante, pero un torerazo..»


Una de las muchas puertas grandes logradas por E Cid en 2007.
FOTO: burladero.es

Ricardo Díaz-Manresa.-

     Ahora resulta que El Cid es muy bueno. Parece que lo han descubierto a partir de agosto en Bilbao. O que la cosa ha sido tan apabullante que por evidente o se decía o se hacía el ridículo. Vengo hace años escribiendo al menos un artículo al año quejándome del maltrato y escaso reconocimiento que para sus méritos se le otorgaba a este gran torero. También he escrito siempre y lo repetí una semana antes de lo de Bilbao, y lo mantengo, que está entre los poquísimos que han hecho lo más destacado de los últimos 30 años, y que es el mejor que he visto torear al natural desde Paco Camino. El gran descubrimiento de ahora viene después de no sé cuántas Puertas del Príncipe y de fantásticas faenas en Las Ventas, alguna sin rematar con la espada y otras rematadas, pero inolvidables. Y Puertas Grandes. También zambombazos en ferias de España y Francia y América.

     Es de los toreros que hacen recordar, lo que le pone en el campo de los elegidos: lo del rabo de Bayona, lo de Valladolid, lo de Logroño y tantos otros zambombazos. Es uno de los cuatro o cinco toreros -y exagero- que me sacan de casa, me hacen ir a la plaza e incluso viajar. El Cid se crece en las plazas grandes, que son donde más me gusta verle y donde -en general- más disfruto.

     Bueno, casi todos los críticos de acuerdo, salvo "los discípulos de la Facultad", que son los que "acartelan lo que después son llenos en los tendidos (?) para ver encerronas (?) en las que a su tiempo se saludan ovaciones (?) porque siempre están importantes (?) sus toreros"… En fin, de llorar lágrimas amargas. Porque, al contrario, la tarde del Cid fue de lágrimas dulces. Llorar lloró Manuel Jesús como lo hizo en aquellas dos vueltas inolvidables en Las Ventas en las que sollozaba, no lagrimeaba. El llanto de Bilbao fue más tranquilo y contenido. De satisfacción de la obra rematada y bien hecha. En Madrid fue llanto de desesperación.

     ¡Lo que ha conseguido el de Salteras! Un crítico llora con él, el otro sale corriendo para verlo salir a hombros y recordar sus tiempos de niño, abre una puerta grande que estaba cerrada hace 6 años (¿qué te dice esto Madrid?), admiten que debió cortar más orejas, otro afirma que por fin vio el toreo y se oyó mejor que nunca el 'Martín Agüero'. Y hasta la corrida de Victorino, con problemas, sí, no se parece a las de las dos últimas temporadas ¡Coño, esto es un milagro! Y después dicen que los milagros no existen.

     Feo, con pinta de viejo, hombre de pueblo, sin glamour, medianamente calvo, incluso humilde -"me veían como un buen torero, pero siempre había un pero de por medio"-, clásico, escasamente mediático, de sonrisa no irresistible, un poco alto para esto, algún desgarbo, por supuesto no un pijo elegante, pero un torerazo.

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