GALLEANDO

Morante, único

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Morante de la Puebla. (FOTO: Eduardo Porcuna)

«…Morante hizo y dijo el toreo de forma arrolladora, pura, templada, ligada y lleno de matices, entre muchos los portentosos cambios de manos con los que realzó el carácter divino de la gran obra. Volvió a parar el tiempo. Logró completar una faena con la que abrió las puertas de la recreación…»

Manuel Viera.-

     Lo ha vuelto a hacer. A distinguirse por lo que hace y cómo lo hace. A engrandecer el toreo. Además, colocó a quien lo vio en una situación difícilmente imaginada. Siempre es así, imprevisible, intimista, poético, trascendente… para después hacer de la lidia una sensacional tauromaquia preñada de torería. La intensidad abrumadora de su toreo colmado de naturalidad alcanzó la cima el sábado último de Feria en la Maestranza de Sevilla, un 7 de mayo para el recuerdo.

     Un toreo hecho con argumentos que se extendieron a la pureza y delicadeza de unos trazos brillantes, despaciosos y largos, con sentido del ritmo y la coherencia de un concepto que transita entre el pasado y el presente para alcanzar el futuro.

     Fue el culmen del toreo la gran faena realizada a un sobrero de Garcigrande. Un toro bravucón y exigente que, visto su comportamiento en las primeras suertes de la lidia, nadie apostaba por él. Incluso algunos creían que el diestro cigarrero, que esperaba apostado en las tablas a que Lili, su hombre de confianza, le aproximara el toro, llevaba montada en la muleta la espada de matar. Pero no era así, de inmediato se puso a torear.

     Un toreo excelso con el que pudimos degustar auténticas joyas de arte. Ora con la derecha, ora con la izquierda, casi alcanzaba la perfección. Una lidia deslumbrante, tanto en su pureza como en la naturalidad de su ejecución. Y es que Morante de La Puebla hizo y dijo el toreo de forma arrolladora, pura, templada, ligada y lleno de matices, entre muchos los portentosos cambios de manos con los que realzó el carácter divino de la gran obra. Volvió a parar el tiempo. Se hizo evidente en el momento en el que completó una faena con la que abrió las puertas de la recreación. Naturales intactos en su esencia. Modélica versión del toreo diestro con el que estableció la consabida y lenta escalada hacia la emoción. Un toreo que escondió una profundidad impresionante. Muletazos con una templanza y suavidad al borde de alcanzar el infinito.

     Fue algo más que un divertimento, que una locura colectiva. Fue la ceremonia solemne, el instante mágico en el que cada trazo se glorifica y se convierte en algo tan bello y efímero como majestuoso y único. Como es él, único.


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