«…uno se queda estupefacto ante tamaña genialidad. Ante la atrevida engañifa valedera sólo para poner el ‘No hay billetes’ en la tarde de inicio de la particular temporada del genio sevillano. Lo frívolo tiene todos los medios para monumentalizarse, pero también lo decisivo acaba por ser fantasmal…»
Manuel Viera.-
El empeño, de quien quiso torear y asegurar el triunfo con su verdad, se convirtió en fiasco. En la decepción más absoluta. En una enorme frustración. La intención aquí no sirvió porque no obtuvo mayor trascendencia que lo superficial. Que no deja de serlo por mucho que sea maravilloso ver el efímero trazo de un lance a la verónica, el dibujo de un natural o el detalle de una trinchera.
¿Qué sentido tiene reclamar un tipo de toro coherente con un concepto si después el exigido produce el rechazo y lleva al fracaso? Y uno se queda estupefacto ante tamaña genialidad. Ante la atrevida engañifa valedera sólo para poner el cartel de ‘No hay billetes’ en la tarde de inicio de la particular temporada del genio sevillano. Lo frívolo tiene todos los medios del mundo para monumentalizarse, pero también lo decisivo acaba por ser fantasmal.
Así, no es de extrañar, que la esperada determinación de volver a torear en la plaza de toros de Jerez, tras la inesperada decisión del pasado agosto en la Real Plaza de El Puerto de Santa María, a priori convenciera, para después desilusionar de manera concluyente. Se malogró por la palpable presencia de lo reivindicado. Quedando en sensación ilusoria el deseo de torear. La finalidad perseguida, una vez más, pareció un absoluto inalcanzable. Un descontento que impone la pregunta de qué es lo que en realidad, Morante de la Puebla, quiere buscar.
Decía Flubert que las perlas, por muy valiosas que sean, no forman un collar sin el hilo que las ensarta. Y es verdad. Lo importante, a veces, no es el torero, sino el toro que ha de lidiar. Y uno, casi sin querer, acaba dándole vueltas a esa absurda petición del toro ‘a modo’ para una tauromaquia tan ansiada como escasa. El toro, reducido a la mínima expresión, con el que se corre el peligro de zambullirse en lo anodino, por decepcionante, en la esperada, deseada y expectante tarde de un regreso.
José Antonio Morante ‘volvió’ en Jerez enfundado en un espectacular vestido de torear con guiños al pasado. Pero no toreó. El toro de su exigencia, una birria, se lo impidió.