AL QUITE

Urge cambio de asesores por ‘aplausómetro’

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«…en Sevilla exigimos que Ramón Valencia adquiera un ‘aplausómetro’. Cualquier cosa es buena con tal de que desaparezca el sistema actual con el que el gremio de asesores engaña a los chavales y a las escuelas prometiéndoles que las orejas no son las que decantan la balanza para luego seguir ese criterio a la hora de conformar la terna final…»

Antonio Girol.-

     Si en Madrid, la empresa de Simón Casas ha tirado de bombo para montar parte de la Feria de San Isidro, en Sevilla exigimos que Ramón Valencia, para el próximo certamen de noveles, adquiera un ‘aplausómetro’. Sí, hombre, ¿no lo recuerdan? Aquel cacharro con lucecitas de colores que salía en las teles de los noventa cuando empezaron a desperezarse los canales privados y además de cómicos en desuso y chicas ligeras de ropa usaban estos artilugios en sus muchos concursos para medir la intensidad de las palmas del público que las batían como si no hubiese mañana para otorgar el premio al concursante más gracioso o al más listo. ¿Se acuerdan ya?

     Pues eso. Que en Sevilla queremos uno. Podrían instalarlo en el Palco Real. Así de paso se le daba algo de uso. Con el ‘aplausómetro’ recogiendo ovaciones se evitaría el bochorno de ver cómo el jurado de las novilladas sin caballos, compuesto por los asesores de los presidentes, se repucha en tablas a la hora de dilucidar qué terna llega a la final. Porque si todo se circunscribe a que aquellos que toquen pelo sean los que se vistan de luces el próximo jueves, entonces, ¿qué mejor que un sistema que mida los aplausos de los amigos que acudan a la Maestranza y pidan trofeos sin más rigor que el del paisanaje en lugar del dictamen de cuatro ‘tíos’ que no hacen su trabajo como es debido? De esa manera, al menos, habría algo de justicia. Por lo menos la popular, que aunque no sea ecuánime siempre será mejor que la falsaria de quienes cacarean una cosa y luego dictan otra.

     En el caso de que el ‘aplausómetro’ sea muy caro de instalar o que pueda dar fallo si de repente la Banda del Maestro Tejera interpreta ‘La Concha flamenca’ y al público le da por aplaudir los solos y eso provoca algún error en el complicado sistema de recogida de aplausos, propongo un sistema más mundano y que Pagés ya experimentó en los ochenta: la quiniela taurina. Sí, hombre, ¿tampoco lo recuerda? Don Diodoro, en un arranque de inventiva en la época en que el moldeador y las hombreras eran lo más ‘in’, puso en práctica un boleto en papel rosa, autocopiativo, que rellenabas al ir a sacar tu entrada. Se componía de seis filas. Una por novillo. A cada fila le correspondían cuatro columnas para los posibles premios: sin trofeo, vuelta al ruedo, oreja, dos orejas. Rellenabas tu quiniela, la entregabas en taquillas y te sellaban el resguardo que luego comprobabas ‘in situ’ durante el festejo. Lo que ya no recuerdo es qué tocaba de premio. Se ve que no debí acertar nunca. ¿A que hora ya se acuerdan de lo que les hablo?

     Cualquier cosa es buena con tal de que desaparezca el sistema actual con el que el gremio de asesores engaña a los chavales y a las escuelas prometiéndoles que las orejas no son las que decantan la balanza para luego seguir ese criterio a la hora de conformar la terna final.

     Y de paso tampoco estaría mal que presidiera siempre el mismo presidente, aunque sea el suplente que quiere ser emergente, para que el criterio fuese el mismo durante los tres jueves. Y ya puestos que los erales fuesen del mismo encaste en las tres novilladas. Lo contrario es jugar con cartas marcadas y con el agravante de los asesores aculados en tablas.

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