GALLEANDO

Luis Vilches: se va un torero

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El diestro Luis Vilches.

«…A Vilches se le comenzaron a cerrar las puertas en la misma hora en la que se le quedó roma su espada. El 19 de abril de 2006 su tauromaquia dibujó un horizonte sorprendente en la Maestranza. Había realizado con el sexto ‘cebadagago’ una emotiva obra. Cinco pinchazos malograron el triunfo…»

Manuel Viera.-

     La dimensión del toreo de un ‘grande’ parece alcanzarse a percibir sólo cuando está a un instante de mutarse en pasado. Y en tanto que la historia puede parecer bonita es penosa para quien creció, como torero, en la dureza de una profesión que palpitó entre el deseo y la impotencia. Entre el despiadado rechazo de las empresas. Difícil situación que desespera y hace vegetar en ese mundo complejo del toro, gris y descolorido, que hace marchitar lentamente las ilusiones. Actitudes injustas que desincentivan el esfuerzo. Una forma de hacer que se transforma en decepcionante proceder de un sistema que aborta la esperanza y cierra las puertas del futuro.

     A Vilches se le comenzaron a cerrar las puertas en la misma hora en la que se le quedó roma la punta de su espada. El 19 de abril de 2006 su tauromaquia dibujó un horizonte sorprendente en la Maestranza de Sevilla. El valor y la verdad coexistieron sobre el albero y se integraron mutuamente en un público en constante juego de emociones. Mientras que la mano izquierda narraba el toreo, la elegancia ofrecía la exteriorización de los sentimientos que agitaban los tendidos. Cada natural, trazado con un movimiento tan sutil como intenso, era un derroche de sensibilidad, de torería, de hondura, de aroma… Como una invitación a ensimismarse completamente en la refinada belleza de la lidia sin márgenes para la distracción. Pocas veces el toreo de Luis se acercó tanto a su pretendida dimensión. El diestro de Utrera había realizado con el sexto ‘cebadagago’, en la cuarta corrida de Feria de Abril, una profunda y emotiva obra. Cinco pinchazos malograron el triunfo. Decepción.

     Decepciones que queman como ácidos. Que pesan como piedras. Decepciones que transforman objetivos en utopías. No creo haga falta añadir más a la historia de quien dio sus primeros pasos con caminar de torero. De quien nacido en el álveo del valor sincero y la torería imperante apeló generosamente al ingrediente de la emoción. Y muy pronto, quizá debido a lo atrevido de su concepto, desaparecieron de sus formas cualquier atisbo de banalidades.

     Ni triste ni desencantado. Se va animoso y crecido como las aguas de un río que corren en busca de un mar de soluciones. Y las encontrará en el toro quien es, sobre todo, torero. Lo único que quiso ser.

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