Monumentos funerarios taurinos en Sevilla

El reposo de los dioses

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Impresionante mausoleo de Joselito 'El Gallo'.
Impresionante mausoleo de Joselito 'El Gallo'.

Coincidiendo con el mes de los difuntos, detallado recorrido por las tumbas de los toreros más reconocidos que yacen en el cementerio de San Fernando, en Sevilla, con el impresionante mausoleo de Joselito ‘El Gallo’ esculpido por Benlliure, expresión del máximo dolor de los toreros caídos sobre el albero.

Ignacio Cossío.-

     Esta mañana he visitado a los toreros en el cementerio. Los cipreses me abrían paso mientras que las tórtolas me guiaban hacia el mausoleo más grandioso que mis ojos ha alcanzado a ver. Junto a la cruz de los caídos en África, me detuve al comprobar que conmigo, también miraban hacia el majestuoso panteón de José, todos los que allí descansaban, desde Antonio ‘El bailarín’ con su desplante flamenco, pasando por Juanita Reina con su inolvidable matón de seda sobre su fino brazo derecho e incluso la gigantesca y moderna tumba del torero Francisco Rivera ‘Paquirri’, que lo hacía de reojo con su mutilado y espoliado estoque de acero prendido de su mano derecha junto al ojo de buey que desnuda el interior del mausoleo.

     ¡Que gran obra del valenciano Mariano Benlliure!, cómo refleja el dolor de un pueblo, el espíritu gitano de los que ven muerto a su ídolo, y al que transportan a su última morada compungidos y sabiendo que con él se iba algo más suyo, no en balde José era hijo de payo y gitana. Su postura yacente en piedra blanca destaca con fuerza entre el bronce apagado por las lluvias. José, tendido sobre su propio féretro, arropado por cinco flamencas, una niña, cuatro niños y ocho hombres conocidos que gimen su ausencia desgarradora. Benlliure, con sus buriles, supo ahondar en el misterio de la Fiesta. El rito sagrado de la muerte, la eterna danza de la literatura medieval, que solo él hizo pintura y escultura destacan en esta obra sobremanera. De entre los que le portan su querido amigo el ganadero sevillano Eduardo Miura, bisabuelo de los actuales ganaderos, encabeza la procesión de corto con sus espuelas redondas junto a una gitana que porta entre sus brazos la Señora Esperanza Macarena. Allí, junto a José descansa su hermano mayor Rafael ‘El Gallo’, su sobrina la recitadora Gabriela Ortega y su cuñado Ignacio Sánchez-Mejías, culpable máximo de la realización, que costeó este mausoleo y el patriarca de esta casa que hoy es propietaria de la llave del panteón familiar. ‘Bailaor’, de la viuda de Ortega en Talavera de la Reina, tras su espantosa muerte cuando contaba con tan sólo veinticinco años de edad, nos lo trajo a Sevilla.

     Al fondo de la plazuela está el mausoleo de los Pablo-Romero y junto a él la calle San Teófilo con sus tres grandes diestros: Manuel García Cuesta ‘Espartero’, con sus columnas de mármol romanas partidas para y por el arte. ¿Señal masónica de la muerte? Fruto y consecuencia de su valor espartano hasta su última cita en Madrid con ese toro colorao ojo de perdiz de nombre ‘Perdigón’ que le quitó la vida con tan sólo veintinueve años de edad. El poeta de las marismas, Fernando Villalón, describe con realidad asombrosa su funeral en los últimos versos de su ‘Poemas del 800’: «De negro los mayorales y en la fusta un lazo negro, mocitas las de la Alfalfa; mocitos los pintureros; negros pañuelos de talle y una cinta en el sombrero. Ocho caballos llevaba el coche del Espartero».

     La figura del torero Manolo González se nos aparece de improviso con sus zapatillas, fundón de estoque, capote de paseo y hasta un pentagrama de bronce de su pasodoble con letra de Alfredo Pérez, Juan Antonio Camas y música y arreglo de Manuel Rojas. En el mausoleo hay un niño erguido y desnudo junto a una bola dorada y con el epitafio: «Oh lento instante, oh delicado esfuerzo, oh sabia precisión tan deseada, oh feliz abandono de la lucha, vencida ya la muerte en el reposo». Con treinta y nueve años murió de un derrame cerebral.

     Por último, en esa calle destaca la tumba del Pasmo de Triana, Juan Belmonte, junto a unas rosas silvestres que nacieron ya hace algún tiempo a sus pies. Su mausoleo respira aires austeros con esa pequeña cruz concaveada de mármol negro, presidiendo su tumba al estilo más moderno llena de relieves y oquedades. Con la misma austeridad que su muerte voluntaria acaecida en su finca utrerana de ‘Gómez Cardeña’, seis días antes de cumplir setenta años.

     Camino hacia arriba ,lleno de escalofrío y asombro, recorro deprisa las calles de Santa Fe y Santa Teresa en donde encontramos a derecha y a izquierda familias tan sevillanas y tan ganaderas como Anastasio Martín, Moreno Santa María, Miura, Ramos-Paúl, Concha Sierra, Pareja Obregón, Conradi, Peralta, entre otras, y así hasta llegar al Santísimo Cristo de las Mieles, bautizado así por las gotas de miel de abejas que se desbordan en verano por su entrepierna, realizado por el sevillano Antonio Susillo, muerto por suicidio y enterrado a sus pies. En una esquina de la calle Virgen María divisamos la tumba de Francisco Vega de los Reyes ‘Gitanillo de Triana’ entre signos de admiración y bajo ocho cruces de piedra. Por culpa de ‘Fandanguero’, de Graciliano Pérez Tabernero en Madrid cuando tan sólo contaba con veintiocho años de edad quedaron sin un soplo de aliento las verónicas del más grande de los gitanos.

     Enredaderas y gatos tapizaban el albero del paseo. Parece que se está en la Maestranza y sólo se oye el agua caer de dos viejas fuentes de piedra junto a ‘Gallito’.

     Juan Herrera, el más viejo sepulturero del cementerio de San Femando, en Sevilla, con mono de taller azul, nos señala los azulejos de la Virgen de San Lorenzo que rezan unas sentida palabras: «y después de este destierro muéstranos a Jesús», que preside la entrada de este campo santo repleta de coronas de claveles anónimos.

     Abandonamos el cementerio sevillano con el recuerdo de los que aquí quedaron bajo este albero torero, y de estos dioses que tan jóvenes dieron su vida sin reservas, íntegra y total en una santa renunciación. Ellos hicieron temblar el toreo de su época con su arte y valor logrados a sangre y fuego en el ruedo. Esa es su obra. El egoísta dolor de haberlos perdido sin haberles conocido, me mueve, con la exaltación más efusiva, hacia la gloria de todos.


*Ignacio Cossío es escritor y periodista taurino. / Publicado en elcossio.com.

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