Los sonidos del campo bravo sevillano

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Al atravesar la cancela de cualquier ganadería de la provincia sevillana entramos de lleno en un mundo casi desconocido, que va más allá del propio toro de lidia. Un mundo lleno de vida propia, que dispone de sus propios sonidos y lenguaje. Hoy nos adentramos en ese mundo sensorial lleno de matices enriquecedores de las ganaderías sevillanas para describir la paz qe se disfruta en las dehesas del campo bravo sevillano.

(ACCESO DIRECTO A LA GALERÍA GRÁFICA)

José Luis López.-

Cuando traspasamos la cancela que da entrada a una finca sevillana de toros bravos, la primera sensación que recibimos es de tranquilidad, de paz,… como si al penetrar en la dehesa lo hiciéramos en un mundo distinto, un mundo donde no tienen lugar los ruidos, las prisas ni las carreras. Sonidos de las ganaderías de la Sierra Norte sevillana, de la Campiña, de la Vega del Guadalquivir,… sonidos del campo bravo sevillano.

Al cerrar el cancelin a nuestras espaldas dejamos fuera una vida ajetreada, estresante, llena de estridencias que nos empuja a la locura, al sin vivir cotidiano de las grandes ciudades, donde nadie conoce a nadie, porque no tiene tiempo de conocerlo. Al atravesar la portada de esa finca ganadera, donde habita el animal más bello del mundo, parece como si los vallados que separan la dehesa del exterior tuviesen una altura tal que no dejasen pasar las prisas, las impaciencias y los ruidos provenientes de fuera.

¡Es el campo bravo sevillano!

Apenas nos adentramos unos pocos metros en ese oasis de tranquilidad, nos damos cuenta que bajo las altas copas de las encinas y alcornoques, que entre los frondosos arbustos y matas de tomillo y romero que esparcen su aroma por el ambiente, que allá abajo, al final de la ladera, donde comienza la laguna o a lo largo y ancho de las grandes extensiones de pastos seco y verdes, también existen ruidos. ¡Pero que ruidos tan diferentes!, tan diferentes que no se les pueden considerar como tales, pues según el diccionario de la Real Academia, ruido es «sonido inarticulado y confuso» y por supuesto no es nada confuso el piar de un rabilargo posado sobre la rama de un fresno, el aleteo de una urraca o el bramido potente de un ciervo llamando a su pareja.

Tampoco es nada confuso el sonido de ‘reburdear’, el mugir de un toro en época de celo, retando al resto de los machos a una competencia sexual. Es un bramido estremecedor, potente, que trata de impresionar a las hembras que conviven en los cercados próximos. Este ronquido bajo y grave también presagia una lucha por la jerarquía en el territorio y en la alimentación.

Generalmente, son luchas provocadas por machos que pretenden demostrar su fortaleza, para marcar un territorio y la primacía a la hora de alimentarse, no permitiendo que nadie se acerque a ellos. Son encuentros duros de dos fuerzas encontradas que sólo puede tener un final: la victoria, que le dará el liderazgo a quien la consiga; o la humillación del destronado para el perdedor. Estas peleas siempre finalizan con la fuga del más débil, con la retirada del vencido y ultrajado macho, que a veces se ve atacado por otros componentes de la manada, que toman partido por el ganador. Si esto sucede, la disputa puede terminar con la muerte de alguno de ellos.

Al contrario que el ‘reburdeo’, sinónimo de altivez o de desafió, el ‘berrear’ tiene el significado de lamento, de pena o de sometimiento. Berrea de impotencia el macho que ha sido vencido por el nuevo dominante de la manada y que ha visto cómo es desposeído del liderazgo del grupo o se queja de las heridas sufridas durante la contienda. También berrea el becerro que ha perdido de vista a su madre y se encuentra en peligro, berrea con fuerza tratando de llamar la atención lo antes posible, para que su progenitora acuda a defenderlo. Y berrea la vaca, como señal acústica, mientras busca a su cría extraviada.

Junto a ‘reburdear’ y ‘berrear’, la tercera voz que emiten los toros, y que podemos escuchar en el silencio de la dehesa, es el ‘pitear’. Son bramidos agudos e interrumpidos, que significan presentimiento. Cuando los toros ‘pitan’, están avisando de algún peligro o fenómeno anormal. También ‘pitan’ presagiando el viento, el agua o el calor.

La paz de un guerrero

El toro bravo, a pesar de sus contiendas, es apacible en el campo; se pasa gran parte de su tiempo en reposo, rumiando la alimentación ingerida. Es sensible al frió, al calor y a la lluvia. Animal de costumbres, se habitúa pronto a los espacios y tiene su propio territorio, que sólo comparte con individuos de su misma especie y que no sean rivales suyos. El oído y el olfato son sentidos que tienen desarrollados de forma especial.

En una de sus sabias alocuciones sobre el ganado bravo, el ganadero Álvaro Domecq y Diez decía textualmente: «Los toros tienen memoria a fuerza de darles una vida metódica y rigurosa. Al mes de permanecer en la dehesa, tienen ya escogidos cada uno de sus sitios fijos para echarse, para reunirse, para tomar el sol y para resguardarse del frío y el viento. El toro en la manada es profundamente pacifico, tranquilo y tímido». El ganado bravo vive en escaso contacto con el hombre; sólo el personal que los cuida suele tener cierta permisividad de acercamiento, y generalmente eluden las distancias cortas, alejándose de las personas cuando estiman que van a molestarle, prueba de la timidez que señala Álvaro Domecq. No obstante, nunca hay que olvidar que es un animal de raza, bravo por naturaleza y que se defiende atacando cuando estima que alguien trata de invadir su territorio.

Cuando un toro está dirimiendo sus terrenos o liderazgo, o teniendo amagos de pelea con los demás machos, se dice que esta ‘caliente’ o ‘pegado’. En esta circunstancia es extremadamente peligroso estar cerca de ellos, pues mientras que en situaciones normales el toro avisa anunciando que se han traspasado los limites de su territorio, y lo anuncia engallándose y poniendo todo su cuerpo en tensión, dispuesto para acometer, cuando está enfrascado en la pelea puede dar un arreón, una espantada, sin aviso previo, que puede sorprender a los más confiados. Cuando estamos en la dehesa -el hábitat natural del toro bravo, generalmente se experimenta una sensación de abandono del cuerpo, los sentidos se tornan más sensibles con las panorámicas que nos ofrece su paisaje, con los mil olores distintos de su flora, con los sonidos característicos de su fauna, con los tactos aterciopelados del musgo en las rocas o con el sabor de los variados frutos silvestres que abundan en el campo bravo.

Cuando de nuevo traspasamos la cancela, ahora para retornar a la vida cotidiana de la ciudad, volvemos a encontrarnos con los ruidos, las prisas y las carreras. Al cerrar el cancelin a nuestras espaldas, regresamos a esa vida ajetreada, estresante, llena de estridencias que nos empuja a la locura, al sin vivir cotidiano de las grandes urbes, donde nadie conoce a nadie, porque no tiene tiempo de conocerlo. Pero en nuestra mente, cuando se ha conocido el campo donde pastan nuestros toros, siempre se escuchará una voz que te llamará desde el silencio de la dehesa y una fuerza que te impulsará a volver a ella para escuchar, de nuevo, el piar de un rabilargo posado sobre la rama de un fresno, el aleteo de una urraca o el bramido potente de un ciervo llamando a su pareja. Son los sonidos de nuestro campo bravo sevillano.

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