La pureza y la tradición de un herradero de Miura

0
2134

Todo cuanto sucede en la ganadería sevillana de Miura se hace con paciencia y sin prisas. Tras los meses más agobiantes del verano, septiembre marca en el calendario íntimo de la finca de ‘Zahariche’ la hora del herradero. Pocas cosas han cambiado en este herradero desde que el tatarabuelo de los actuales ganaderos Eduardo y Antonio Miura creara esta legendaria ganadería. SEVILLA TAURINA penetra hasta el interior de ‘Zahariche’ para mostrar la jornada campera de un herradero de los toros de Miura.

(ACCESO DIRECTO A LA GALERÍA GRÁFICA)

José Luis López.-

Ha pasado el mes de agosto; la mayor parte de las corridas que se han de lidiar este año ya se han embarcado. Comienza el declinar del verano y los días van siendo cada vez más cortos, aunque no por ello las altas temperaturas remiten en la campiña aledaña al Guadalquivir. Son días de herradero en Miura.

La jornada se presenta calurosa, por lo que las primeras horas de la mañana se hacen agradables de recibir. Avanzamos por la vega del río grande sevillano, en el término municipal de Lora, para llegar a ‘Zahariche’, donde a primeras horas de la mañana, tenemos una cita con la historia, con la nostalgia de otros tiempos. Desde que en 1842, el tatarabuelo de Eduardo y Antonio Miura adquirió la ganadería de bravos, las faenas camperas en esta casa se realizan con la pureza y la tradición que siempre se han hecho en las dehesas andaluzas. Por imposición de los tiempos, son pocas las vacadas que actualmente imprimen ese maravilloso sello campero que se respira en ‘Zahariche’ cada vez que hay que mover el ganado para faenar con él.

Como cada septiembre y en estos primeros días, desde que en 1941 la ganadería miureña se trasladó a esta finca, hay un movimiento especial; lo notamos nada más traspasar la original portada de la finca. Hace unos días, los becerros y becerras que tenían entre 6 y 9 meses de vida, fueron separados de sus madres para facilitar su crianza y desarrollo. Estos mamomes que tanto han dependido de sus progenitoras, en la faena de destete o desahijado, ya han dejado de serlo y a partir de hoy, en el herradero, se van a convertir en animales rumiantes e independiente, que tendrán que valerse por sí mismo y pelear para abrirse camino entre los demás machos de la camada, una pelea que no cesará hasta que sean embarcados para cualquier plaza de importancia, donde dirimirá la última lucha por su pervivencia. Si la pierde, habrá acabado una historia que ha durado cuatro años; si la gana, se habrá conquistado el derecho a volver a la tranquilidad del campo, para disfrutarlo el resto de su vida.

Llegamos a las instalaciones donde se va a realizar el herradero. Hay muchos hombres prestos para comenzar la faena, una faena que es obligatoria en todas las ganaderías de lidia y por tanto necesita la presencia de representantes de la autoridad gubernativa y de técnicos del Libro de Registro Genealógico, supervisada por veterinarios del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Está todo preparado para comenzar en los corrales de ‘Zahariche’, una de las faenas más importantes dentro de la cabaña brava española.

La autoridad, atenta a la parte burocrática de la operación

El veterinario, enfundado en su verde uniforme, prepara las originales jeringas y medicamentos que se les administraran a las reses, aprovechando su inmovilización. En esta faena se les desparasita, se les vacuna de Carbunco y se les extrae una muestra de sangre para su posterior análisis. Los vaqueros, que hoy han cambiado sus zahones y gorrilla por unos monos de trabajo color ocre, con el nombre de la casa en las espaldas, más apropiados a la faena que les toca realizar, se muestran impacientes a la espera de enlazar a la primera becerra, para en una pelea amistosa, derribarla en un suelo cubierto de paja, habilitado en un rincón de la cuadrangular plaza de tientas miureña.

En un gran lecho de fuego de propano (en otros tiempo se utilizaban de combustible las boñigas secas del ganado) parecen descansar, al rojo vivo, los hierros que más tarde van a ser utilizados por las manos expertas de los ganaderos o algún miembro de la familia, pues es tradición en esta casa, que sólo un Miura puede marcar las reses de su ganadería.

Y en los corrales, los verdaderos protagonistas de la faena, separados por sexo, nos muestran una gran variedad de pelajes: sardos, coloraos y algunos, aunque muy pocos, berrendos, reciben las pinceladas de algunos negros zainos que también escasean; si acaso algún negro mulato. Los hay chorreao en morcillo y chorreao en verdugo, que se mezclan con algunos salineros.

El primer lote de hembras que van a ser herradas esperan nerviosas, lanzando sus mugidos lastimeros al aire fresco de la mañana, como si adivinaran que hoy sus vidas van a dar un cambio radical, que van a adquirir una personalidad propia. El resto de las 92 chotas que hoy se van a marcar esperan con los bueyes en el corral principal. Los machos, que se herrarán mañana, pasan las horas en un cerrado cercano, buscando la cercanía de las frondosas encinas que les alivie, con su sombra, del calor reinante en la dehesa. Eduardo y Antonio Miura, acompañados del hijo del primero, están serios y pendientes de que no se haga ningún movimiento mal hecho que pueda dañar el físico de los animales, pero se les notan los años de experiencia y la tranquilidad de saber que todos los que allí están van a cumplir con exactitud el trabajo encomendado.

Esta faena campera, como muchas otras de las que se realizan con el ganado bravo, requiere del conocimiento profundo de ellas y un gran numero de vaqueros y auxiliares. En la finca de Miura, y gracias a que aún cuentan con vaqueros y mayorales que han nacido en la casa, se continua haciendo como hace 70 años las hacia don Eduardo Miura Fernández, padre de los actuales ganaderos y siempre recordado en estas faenas, faena que se realiza enlazando al becerro por la pata izquierda para tirarlo al suelo, y una vez inmovilizado, grabar a fuego en su piel las nuevas señas de identidad del animal.

El DNI de los toros

En esta ganadería, las señales se marcan en el costado derecho del animal (en otras se hace en el izquierdo), y las marcas son obligadas en todas: el hierro de la ganadería que se señala en el anca; el número de orden en el costillar (del 1 al 999); el guarismo -que es el último dígito del año ganadero en que ha nacido la res- se marca en la paletilla (se viene haciendo desde el año 1969); y, por último, el anagrama de la sociedad ganadera a la que pertenece, representado por una letra, en este caso la U (Unión de Criadores de Toros de Lidia) que se graba en el muslo, y que es el componente más nuevo de identificación, pues se comenzó a marcar en 1992, poco tiempo después de nacer el Libro Genealógico de la Raza Bovina de Lidia. (1990).

Cuando las vacas paren se les pone a las crías un crotal en la oreja, con un número de identificación que proporciona la administración competente. En el herradero se aprovecha para, una vez inmolizado el animal, añadir un crotal con el mismo número en la otra oreja de las hembras, y en esta casa y por estética, retirar el que tienen los machos, con obligación de conservar esta numeración, ya que para la Administración, ésta es la única identificación valida.

También, y por parte de los veterinarios técnicos del Libro Genealógico, se reseña el pelo de los becerros y becerras. Igualmente queda asentado en el Libro el Código Genealógico con el que todos los ejemplares de raza bovina de lidia se identifican y que consta de diez dígitos, distribuidos así: un grupo de tres letras, en el que la primera será la letra identificativa de la sociedad ganadera a la que pertenece la ganadería, en el caso de la Unión de Criadores de Toros de Lidia, sería la U; a continuación dos letras más, asignadas por el Ministerio para cada ganadería; seguidos de tres números, que corresponderán a los tres últimos dígitos del año ganadero de nacimiento de la res; una letra M o H, que determinará el sexo, y por último tres dígitos que se corresponderán con el numero de orden marcado en el costillar, añadiéndole ceros a la izquierda, hasta llegar a tres.

Así, un toro de Miura marcado con el número 61 y que porta un 9 en la paletilla, deberá tener el siguiente código genealógico: U FT 009 M 061. Con lo que viendo el código, podemos averiguar que se trata de un animal de la Unión de Criadores de Toros de Lidia (U), de la ganadería de Miura (FT), nacido el año ganadero de 2009 (009), macho (M) y con el 61 como número de orden (061).

Intensa jornada campera

El herradero continúa. Ya quedan pocas becerras en el corral. El sol está muy arriba y el calor comienza a ser insoportable. Se hierran una media de 18 ó 20 reses por hora, con lo que la faena está prevista que termine sobre las dos de la tarde, ya que son 92 las becerras que van marcarse y se comenzó alrededor de las nueve de la mañana.

Una vez que se ha finalizado el herradero de toda la camada se les mantiene en corrales, alimentándolos de paja, pienso o heno, durante un periodo de dos o tres meses, reponiéndose del trauma que significa esta operación. En este tiempo se les vigila especialmente, por si mostraran alguna reacción en las heridas de las marcas.

Unos aperitivos y algunas bebidas refrescantes recuperan las fuerzas de todos los que han participado en esta faena y se aprestan para gozar de un necesario y merecido descanso. Mañana les toca el turno a los machos y espera una nueva y dura jornada de trabajo en ‘Zahariche’.

(ACCESO DIRECTO A LA GALERÍA GRÁFICA)

Dejar respuesta

cinco × cinco =