La condesa -con permiso- sevillana

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1930

Fue condesa de Barcelona pero en realidad estaba más enamorada de Sevilla que de la ciudad condal. Era taurina, currista, bética y macarena. Cuando venía a la Feria no dejaba de asistir a algunas de las corridas. Con frecuencia asistía también al palco del entonces Benito Villamarín. La Hermana Angelita -Santa Ángela de la Cruz- también estaba vinculada a sus devociones. La Condesa visitaba el convento de las Hermanas de la Cruz y en ocasiones ayudaba a repartir la comida entre las niñas de acogida. Ocho años después de que nos dejara, por fin Sevilla ha homenajeado a María de las Mercedes, la condesa sevillana.

Carlos Moya.-

Fue condesa de Barcelona, pero en realidad estaba más enamorada de Sevilla que de la ciudad condal. ¡Menuda paradoja! Condesa de una ciudad declarada hace unos años como antitaurina, pero ella era taurina y ‘currista’. Cuando venía a la Feria no dejaba de asistir a algunas de las corridas del ciclo abrileño. Su apego por las costumbres de nuestra ciudad venía de lejos. Su padre, Carlos de Borbón, fue capitán general de Andalucía. Tanto él como su esposa, la infanta Luisa Francisca y sus hijas fueron personas muy queridas por los sevillanos, por vivir en la capital durante muchos años.

Pero no sólo taurina y acérrima defensora de la tan atacada, hoy en día, Fiesta de los toros. No. Ella era completa. Como sevillana -de adopción- no pasaba por alto ninguna de las costumbres características de la idiosincrasia hispalense. También tenía cabida en sus gustos la religión -de amplio sesgo católico- y el fútbol. El Real Betis Balompié -título de Real otorgado por Alfonso XIII- era su equipo de toda la vida. Fue una entusiasta seguidora de la entidad del Paseo de La Palmera; hasta el punto de ostentar el cargo de presidenta honorífica del equipo verdiblanco, al igual que su hijo Juan Carlos y su nieto el Príncipe Felipe. Con frecuencia, asistía al palco del entonces Benito Villamarín.

La Hermana Angelita -Santa Ángela de la Cruz- también estaba vinculada a sus devociones. La condesa visitaba el convento de las Hermanas de la Cruz durante sus estancias en Sevilla, y en ocasiones ayudaba a repartir la comida entre las niñas de acogida. Y a la ahora Santa -ella no llegó a conocer en vida este nombramiento de la hermana Sor Ángela, otorgado en 2003-, antes Beata, la rezaba; incluso estuvo presente en el acto de la beatificación en 1982.

Su lado más creyente tenía otro nombre para ella, no muy lejos de la calle Santa Ángela de la Cruz. Nada más tenía que subir por la calle Feria para comenzar a oler a ese mejunje tan especial y fresco a la vez que desprende las flores de ese jardín sagrado, hecho basilical, de una niña que por calle Parras corretea… Su nombre: Macarena. También era de esas personas que le corría por las venas sangre verde Betis, sangre verde de las aguas del Guadalquivir, sangre verde andaluza y sangre verde, con muchos tintes de Esperanza, y de ADN macareno. Ella era especial. Ningún año se perdía la entrada de la Macarena desde el balcón de la Casa–Hermandad. Pero no necesitaba alfombras por las que pasar, ni escolta para abrirle camino entre tanto bullicio. No. Era más sencilla, más cercana y ‘campechana’, como nos gusta llamar a nuestro Rey. Dulzura en la mirada, dulzura en sus gestos, dulzura en su sonrisa y, sobre todo, entrañable.

Era una española más, pero con el sello de sevillana. Otra de sus aficiones era montar a caballo. Especialmente montar a su equino favorito, de nombre ‘¡Viva el Rey!’. Precisamente, ese caballo que la ha llevado a la amazona, con su sombrero de ala:

«Bajando voy desde el Aljarafe sevillano para pisar el albero al alba.
No el de la Maestranza, sino el del real de mi Feria sevillana.
Y cruzar el Guadalquivir diciendo a gritos ¡Viva España!

Porque nací en Madrid, pero mis raíces están aquí, en la Híspalis romana, 
a donde he vuelto de nuevo para besar esta tierra sagrada.
Y con mi caballo continúo, quiero llegar a una calle larga,
aquella de las palmeras, tan bética como mi alma.
Y de nuevo cruzar el río quiero, llegando a plaza Cuba para visitar Triana.
Allí la gente me preguntan, con arte y con gracia:
«¿A qué se debe su visita condesa… ‘sevillana’?
Pues quería volver a oler esta patria tan mariana».

Pero, si me permiten, voy a seguir mi camino de Esperanza.
Y paseo por la calle que lleva por nombre Betis, no el equipo: el agua.
La que dio de beber a mi Curro, el Faraón de Camas.
Y por última vez cruzo el río con nostalgia y pena amarga.
¡Ahí te quedas Guadalquivir! Que estoy llegando a mi casa.

Por el Paseo Colón mi caballo camina lento, sin apenas ansia.
La condesa está entrando en su Sevilla preferida. Con trote muy torero.
Quiere que por siempre descanse su alma
a los pies de un paraíso… llamado Maestranza».

Así que ocho años después de que nos dejara, por fin Sevilla ha homenajeado a María de las Mercedes, por haber querido tanto a la Fiesta de los toros y a esta ciudad, de la que, con permiso, ella se sentía más condesa, no de Barcelona, sino de Sevilla. Tributo a la condesa sevillana, María de las Mercedes de Borbón-Dos Sicilias y Orleans.

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